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Las Incondicionales

viernes, 21 de mayo de 2010

Capítulo 12 La Noche

Okis, nuevo capi, se acerca, se acerca!!!
Espero les guste y COMENTEN! porfavor, mira que si hay mas de 10 coments por capitulo considerare seriamente subir mas de uno por semana, trato?
Ok, tambien dedico este capi a mi linda hermosa MIXXII que espero tenga mejor animo despues de todo...VAMOS QUE SE PUEDE cariño.
Besos a Todas, las quiero millones!





Capítulo 12 LA NOCHE

Edward rara vez leía las que consideraba secciones innecesarias de los periódicos. Las tiras cómicas quedaban descartadas. Y nunca leía los anuncios clasificados

Sin embargo, según el plan ideado por Seth , Edward encontraría un mensaje para él en los clasificados. Abrió la edición matutina del Plain Dealer de Forks sobre la mesa de la cocina y recorrió con el dedo una columna tras otra, como hacía cada mañana mientras Bella se duchaba, como lo había hecho cada día desde que compró la caja de condones en el supermercado

Pero durante la última semana, desde que Bella le contó que Vulturi había abandonado su vigilancia del Crepusculo, no había podido evitar preguntarse si el cargo de la tarjeta de crédito ya habría sido procesado, si ya habría llegado a Nueva York, si ya estaba en el escritorio de Seth.

Edward cerró los ojos y siguió pensando. Cuando regresase a Nueva York, tendría la agenda repleta, pero Jane conseguiría que su vida siguiera funcionando con la precisión de un reloj:
Allí, en Forks, sin que Jane lo acosase para recordarle todo lo que tenía que hacer y sin un horario que cumplir, había momentos en que casi no sabía qué día era.

Miró la fecha en el periódico para asegurarse y repasó todos los anuncios clasificados, buscando la palabras que Seth había insistido que memorizara.

«No soy alta ni guapa ni tengo dinero. Te busco para compartir lo que probablemente será un limitado futuro.»

Aquél no fue el día y, por sorprendente que pareciera, Edward se descubrió sonriendo aliviado. Por más que quisiera ponerse en contacto con Seth, se alegraba de que el anuncio no hubiese aparecido. Significaba que Bella se equivocaba, que el FBI se equivocaba, Seth no habría revelado a Vulturi ni a nadie su paradero, porque Seth no sabía dónde estaba

Al oír a Bella en las escaleras, pasó las páginas del diario y llegó a la sección de economía en la que una fotografía de un sonriente Bill Gates, rodeado de hombres muy bien vestidos, parecía estar anunciando algo.

Edward se recostó en la silla, se sintió como si un adversario le hubiese propinado un golpe en el plexo solar con la fuerza de los de Muhammad Alí y la deportividad de Snidley Whiplash.
No estaba seguro de qué era lo que más le preocupaba, ¿el que Gates hiciese las veces de anfitrión en una reunión que a el le había costado meses de sangre, sudor y lágrimas preparar? ¿O el darse cuenta de que se había visto tan metido en el mundo del cerdo y el chucrut, el bingo y los extraños sentimientos que Bella le inspiraba —los cuales, de repente, le parecieron parte de su nueva personalidad, como las gafas o el corte de pelo— que se había olvidado de todo el resto?

—¡Mira esto! —le dijo a Bella, clavando un dedo en la foto, cuando ésta bajó a la cocina

—. Mira este tipo. Mil trescientas personas; los mil trescientos líderes empresariales más importantes del mundo. Periodistas. Y un puñado de políticos. Y ahí está, actuando como si todo hubiese sido idea suya.

Bella se acercó a él dejando a su paso una estela de aroma de champú de fresas. Apenas miró la fotografía.

—No está actuando de ningún modo —dijo ella, camino de la cafetera—. Déjalo estar. Lo único que hace es sonreír, nada más.

—Pues tiene una sonrisa demasiado grande.

—Y también está haciendo su trabajo. —Bella se sirvió el café y le añadió leche y azúcar.

—Mi trabajo, querrás decir —replicó el con un gruñido.

Bella bebió un sorbo de café. Luego volvió a la mesa y dejó la taza justo encima de la nariz de Bill Gates.

—He estado pensando, ¿sabes? —dijo ella.

A Edward se le ocurrió apartar la taza pero decidió no hacerlo. Escondido bajo una taza de café, Gates ya no le irritaba tanto. Además, era obvio que ella tenía otra cosa en mente.

—¿Pensando? —preguntó, al tiempo que echaba un vistazo al resto del artículo en busca de su nombre. Al ver que no estaba, prestó atención a lo que Bella tenía que decirle—. ¿Pensando en qué?

—En el supermercado.

Menuda era la agente especial Swan... Lo había soltado como si se tratara de la cosa más natural del mundo, pero el quid de la cuestión no estaba en si su aire de inocencia era real o fingido.

Mientras él admiraba las cualidades que la convertían en la mujer que era, ella buscaba grietas en su armadura.

Y si Edward dejaba que las encontrase, estaría perdido.
El se recostó en la silla y pasó un brazo por el respaldo de la silla de al lado.

—¿Quieres ir a hacer la compra? —preguntó.

—He estado pensando en lo de Aro Vulturi —prosiguió, haciendo caso omiso de sus palabras—. ¿Por qué se habrá tomado la molestia de ir hasta la Riviera y luego dar media vuelta y regresar?

—A lo mejor quería tomar el sol y broncearse.

Ni siquiera intentó hacer una réplica de la broma, con lo cual la habría dignificado.

—¿Cómo supo que no estabas en el barco? ¿Cómo supo que estabas en Estados Unidos? —Cuando bebió otro sorbo sin apartar la vista de él por encima del borde de la taza, lo hizo como si fuera lo más natural del mundo. Volvió a dejar la taza con un golpe encima de la foto de Bill Gates—. Tal como lo veo, sólo hay una cosa que pueda explicarlo, y es que utilizaste tu tarjeta de crédito el día que estuvimos en el supermercado, antes de que yo llegara, quiero decir.

En esa ocasión, fue Edward el que no respondió. Una respuesta, cualquier respuesta, habría indicado que estaba haciendo lo posible por ocultar su culpable maniobra
Se encogió de hombros por toda respuesta y se prometió que algún día le contaría la verdad a Bella
cuando retomara su vida de siempre, cuando Jacob Black estuviera a salvo, le contaría toda la historia y ella tendría que admitir que había obrado bien

Mentirle a Bella le provocaba una curiosa sensación en el estómago.
Ella lo siguió mirando por encima del borde de la taza para apreciar el detalle que le indicase que estaba ocultando algo. Edward no desvió la mirada, su expresión no evidenciaba su culpa como les ocurría a muchos detenidos, superados por pequeños tics nerviosos y haciendo tamborilear los dedos.

No sabía si sentirse decepcionada o aliviada. Aceptó la respuesta por lo que era: ni admitía su culpa ni la desmentía.

—Dicen que hoy será uno de los días más calurosos del año.Esta noche hay posibilidades de tormenta —concluyó ella y deseó que Edward se tomara el cambio de tema como señal de que no lo consideraba culpable, para que se relajara visiblemente. Eso, en sí mismo, demostraría algo. Pero si buscaba una prueba fácil, la buscaba de forma incorrecta y con el hombre inadecuado.—Estoy segura que eres un extraordinario jugador de póquer. —Sin molestarse en explicar qué quería decir, Bella se puso en pie para ir a por un bol y el arroz hinchado. Antes de hacerlo, alzó la taza de café y vio el aro de color marrón que rodeaba la cara de Gates. Pero no fue el rostro sonriente de éste lo que le llamó la atención. Era el rostro del hombre que estaba justo detrás de él, a su derecha.

Al reconocerlo, sintió una descarga que le hizo temblar sus rodillas. Se dejó caer en la silla y agarró la sección de economía, volviéndola hacia ella para verla mejor.

El hombre tenía un aspecto blando, sobre todo rodeado de los hombres más ricos y poderosos del país. Bella supo al instante que el tipo de pose blanda no era otro que Aro Vulturi.

Un hombre de aspecto ordinario podía camuflarse fácilmente entre la multitud. Nadie lo notaría. Nadie repararía en él. Bella tampoco lo habría notado de no haber sido por un pequeño detalle.

—Es el único que no sonríe. —Señaló la foto y observó a Edward para ver si reconocía al tipo y, tras unos segundos, le ocurrió lo mismo que a ella. Bella se preguntó si también se había puesto blanca como la cera, si se le habían puesto unos ojos como platos igual que le estaba sucediendo a él.

—¿Vulturi? —Edward volvió a fijarse en el cabello color ceniza y en sus ojos sin color aparente, esperando que ella le dijese que se había equivocado. Al ver que callaba, volvió el periódico hacia él para ver la foto del derecho—. Ese es Aro Vulturi. ¿Qué demonios...?

—Un descarado hijo de santa madre, ¿verdad? —ella sacudió la cabeza, pasmada—. Ahí queda bien retratado, parece incluso que esté en su salsa. No se le ve incómodo. Pero, ¿cómo...? Volvio a sacudir la cabeza para dejar claro que no tema ni idea de cómo se las había apañado Aro Vulturi para asistir a una reunión que añadía una nueva dimensión a los términos «altas finanzas» y «ricos y poderosos».

—Sabía que tú no asistirías a la reunión. Todo el mundo lo sabía. Hace semanas que anunciaron que Gates ocuparía tu lugar por culpa de un problema de agenda.

—Entonces, a lo mejor Vulturi no es tan listo como tú crees.

—No es eso. —Bella no sabía por qué intuía que sabía qué es lo que sucedía, pero así era; eso lo tenía claro. Necesitó toda su fuerza de voluntad y toda su profesionalidad para mirar a Edward a los ojos y que la voz no se le quebrara de emoción.—Nos está mandando un mensaje —le dijo—. Nos está diciendo que puede burlar nuestros sistemas de seguridad cada vez que quiera. Quiere que sepamos que si hubieses ido a la reunión, ahora mismo estarías muerto.

*********

Un trueno despertó a Edward. Retumbó en su ventana haciendo temblar la vieja casa hasta los cimientos y despertándolo de un sueño que, por lo que recordaba, tenía que ver con Bill Gates, Aro Vulturi y un plato lleno de salchichas y chucrut. El sueño era lo bastante significativo como para hacerle sentir incómodo, sobre todo si pensaba en la foto que habían descubierto en el periódico la mañana anterior

En lo más profundo de su mente algo le inquietaba y no era sólo la teoría de Bella respecto a por qué Vulturi se había presentado en la reunión de los líderes financieros. Por más que detestase tener que admitirlo, sabía que había llegado la hora de afrontar los hechos. No era casualidad que el hombre hubiese acudido a la reunión, como tampoco lo era que apareciese en todas esas fotos que el FBI le había mostrado en Nueva York
Aro Vulturi sabía muy bien lo que se hacía posando en esa foto. Les estaba sacando la lengua a todos. No era la amenaza del asesino a sueldo lo que le inquietaba, pero algo lo hacía, no podía negarlo. Algo que no encajaba con el ruido del aguacero y la avanzada hora de la madrugada.
Se volvió en la cama y le pegó un puñetazo a la almohada, entonces una fuerte ráfaga de viento le indico que la ventana estaba abierta. Todavía adormilado, debido al profundo sueño del que había sido tan repentinamente despertado, Edward se levantó y se acercó a la ventana de guillotina. La bajó para que no entrase la lluvia y, dando un traspié, volvió a la cama, y se cubrió con las sábanas hasta la barbilla

En la casa se respiraba algo distinto, pensó, y no era sólo la sinfonía de los truenos ni los chasquidos de los relámpagos del cielo. No era algo demasiado extraño, pero lo que ocurría a aquella hora no cuadraba. Era algo que olía como a... ¿café?

Se acabó de despertar de repente y se sentó en la cama. Olió, pensando que lo había soñado, pero por más que el resto de sus sentidos podían resultar engañados por el espectáculo de luz y sonido que se producía al otro lado de la ventana, el olfato lo conservaba bien. Sí, era café. Café recién hecho. El aroma procedía de la cocina.

Demasiado desvelado para ignorar el olor, azuzado por la curiosidad de saber qué significaba, Edward salió de la cama, su puso el pantalón corto de gimnasia y la primera camiseta que encontró. Hizo una pausa ante la puerta para orientarse. Tardó un par de segundos: del piso de abajo llegaba una luz macilenta. No era luz eléctrica, pues no alumbraba demasiado. Era pálida y temblorosa y él la siguió hasta la sala.

Hizo una pausa en el tercer peldaño antes de llegar al pie de la escalera y miró a su alrededor. Bella estaba sentada en el sofá haciendo solitarios con una baraja de cartas a la luz de la única vela de la sala, una vela gruesa que descansaba sobre la mesita auxiliar. La vela proyectaba borrosas sombras en la pared que quedaba a su espalda, pero alrededor de su rostro la luz era tan suave como un susurro y tan dorada como la del atardecer. El resplandor añadía vetas del color de la arena a su cabello, y la luz amortiguada suavizaba la forma decidida de su barbilla. Rozaba sus pantalones y los volvía del color de las sombras ondulantes, hasta su camisa gris y sus zapatillas deportivas de todos los días se vieron tocadas por el resplandor que sigue a un relámpago como los que se producían en el exterior.

Aunque nunca se había considerado un tipo poético, Edward tuvo que reconocer que la imagen le había gustado. Le sorprendió por su toque de color sutil y opalescente, como un escenario desenfocado sacado de una pintura impresionista. Y casi lo habría sido, de no haber aparecido en él una pistola, sobre la mesita, al alcance de la mano derecha de Bella.

—No te habré despertado, ¿verdad? —Ella terminó de recoger las cartas antes de alzar la cabeza. Cuando lo hizo, la luz centelleó en sus ojos. Esa noche, no se veían ni azules ni grises sino de ese extraño color propio del crepúsculo, justo después de ponerse el sol. Sonó un nuevo trueno, agarró la baraja como si el retumbo pudiese llevársela y esperó que se apagara su eco—. He intentado no hacer ruido.

—No has sido tú. —Edward bajó el resto de las escaleras—. Fueron los truenos. Y el café. —Bostezó y miró la humeante jarra que ella tenía junto a la baraja—. Huele tan bien que me ha desvelado por completo. —Entonces lo asaltó una nueva idea, inclinó la cabeza y miró a Bella, desconcertado—. No hay electricidad, ¿cómo...?

—Cómo he hecho el café, ¿verdad? —Bella alzó la taza y con una breve sonrisa que duró lo que un relámpago, dijo—: El otro día encontré uno de esos viejos cacharros que llevan filtro. No... —Sonó otro trueno y Bella cerró los ojos mientras esperaba que acabara—. No pensaba que nunca fuera a usarla, pero con esa cocina de gas, no necesitamos la cafetera eléctrica.

Aunque su sonrisa duró menos que el latido de su corazón, la que Edward le devolvió duró algo más. No pudo contenerse. En el rostro de Bella a la luz de las velas había algo que le hacía olvidar que era noche cerrada, que el mundo ahí fuera parecía estar derrumbándose y que aquella mujer, que le recordaba a una modelo de Monet, tenía una pistola al alcance de la mano, lo que la hacía parecer peligrosa.

—¿Siempre a punto?—preguntó él mirando la pistola.

—No eso es de los Boy Scouts, no del FBI. —Tomó otro sorbo de café y Edward vio que era oscuro y parecía fuerte.

El se desperezó. Las cortinas de la ventana principal estaban corridas pero, por lo que intuía, no se apreciaba todavía ni la más mínima señal del amanecer entre la tormenta.

—¿Qué hora es? —preguntó.

—Las tres menos cuarto —respondió ella tras consultar el reloj.

—¿Las tres menos cuarto? —Pensar en ello le hizo bostezar de nuevo—. ¿Y qué haces aquí a estas horas, jugando al solitario y tomando café? ¿No te preocupa desvelarte?

—¿El café? —Bella tomó la jarra entre las dos manos—. Es mejor así. —Tomó otro sorbo y se estremeció. Cuando el retumbar de un impresionante trueno irrumpió en la habitación, Bella cerró los ojos—. Detesto el café sin leche ni azúcar, pero he pensado que así me despejaría más.

—¿Y por qué quieres estar despejada a las tres de la madrugada?

—Porque no hay luz. —Bella dejó la jarra sobre la mesa pero no la soltó. Apretó los dedos alrededor del asa y los nudillos se le pusieron blancos—. Como no hay electricidad, tampoco tenemos sistema de alarma —se apresuró a ofrecer a modo de información, una posibilidad en la que el ni siquiera había pensado—. Vas a decirme que tiene que haber algún sistema de soporte, un generador, o algo así, y estoy de acuerdo contigo, lo hay. —Arrugó la nariz como si la idea le resultase muy dolorosa—. Pero no funciona, por lo que tienes toda la razón del mundo para enfadarte. Ha resultado un plan muy chapucero, y para una planificación chapucera no hay perdón. Te hemos fallado, lo siento. —Lo miró a los ojos y durante un segundo, que pasó tan deprisa como el destello de un relámpago, a Edward le pareció detectar cierta emoción que no fue capaz de identificar en sus ojos. Si lo que decía era cierto, ¿por qué sonreía?—. Te mereces algo mejor.
Edward escuchó a Bella escurrir el bulto para salvar la cara, no tanto la suya propia como la del FBI. Él debería haberse enfadado mucho ante aquella metedura de pata. Al fin y al cabo, era su vida lo que estaba en juego. Si el gobierno creía que no merecía un generador, tal vez estaba perdiendo el tiempo. Pero si lo que decía era cierto, ¿por qué sonreía?

—Una vez más, agente especial Swan, te equivocas. —Edward respondió a la pregunta que Bella acababa de hacerse mentalmente y avanzó dos pasos hacia el sofá—. La alarma no funciona y tú estás de guardia. —Al pronunciar esas palabras se llenó de admiración: aquella mujer no permitía que nada se entrometiese en lo que consideraba su deber, aunque eso significase pasar una noche de tormenta sin dormir, tomando un café amargo que detestaba—. No podría estar en mejores manos.

Bella despreció con un gesto lo que, para su tranquilidad, era un gran cumplido.

—Es mi trabajo, ¿recuerdas? Y con Vulturi suelto...- Un monumental trueno sacudió la casa hasta los cimientos. Bella esperó a que se apagasen los últimos estertores y luego respiró hondo.

Fue entonces cuando Edward adivinó lo que había entrevisto en su rostro cuando había bajado. Se apresuró a sentarse en el sofá, a su lado, y dijo:

—No tenemos luz, el generador de apoyo no funciona, no sabemos dónde está Vulturi y tú estás aquí abajo, sola, y eso que te asustan las tormentas.

No lo había dicho a modo de crítica, pero eso Bella no lo sabía. Estaba sentada tan erguida que parecía tener un palo de escoba sujeto a la espalda. Tenía la mandíbula endurecida formando una fina línea. Miró a Edward por el rabillo del ojo y dijo:

—Ante un tribunal no lo negaría.

—Yo no te pido que declares ante ningún tribunal —dijo el. Se pasó una mano por el cabello para desprenderse de los últimos retazos de sueño que aún empañaban su conciencia y ordenó sus ideas. Del mismo modo que no era poético, tampoco le gustaba que los que trabajaban para él no hiciesen lo que se esperaba de ellos. Precisamente por eso, no era uno de los jefes más cordiales y simpáticos del mundo. La lucha de Bella contra su miedo irracional no era tema para un gran melodrama. Ella afrontaba su miedo tal como sin duda lo había hecho otras mil veces antes, de frente y negándose a ceder un milímetro. Pese a sí mismo y a la imagen de seriedad que tanto se había esforzado en forjar, se descubrió conmovido.

Intentó sonreírle para tranquilizarla, pero ella estaba demasiado ocupada estrujando la baraja.

—Tendrías que haberme despertado —le dijo.

—Sí, justo eso es lo que debería haber hecho. —Sacudió la cabeza visiblemente enfadada consigo misma—. Eso habría quedado perfecto en mi currículo: «Despierta a un testigo a causa de una tormenta.» —Bella esbozó un amplia sonrisa—. ¿Qué pensarían de mí?
Edward se recostó en el sofá y pasó el brazo por detrás de ella.

—Si sólo fuera un testigo, no te digo que no. Pero podrías haberme despertado como amigo.
Otro trueno interrumpió su conversación y sacudió la casa, pero en esa ocasión Bella no palideció y le lanzó una mirada escrutadora para ver si hablaba en serio. Cuando comprobó que así era, sonrió agradecida.

—Siendo pequeña, me asustó mucho un tornado —le explicó—. Crecer en Nebraska tiene sus desventajas.

—¿Hubo heridos?

—No, no ocurrió nada —sacudió la cabeza—. Gracias a Dios. Pero cada vez que hay una tormenta... —Tembló y se abrazó a sí misma. Edward advirtió que había lágrimas de frustración en sus ojos—. Se supone que tengo que ser dura con los malos y aquí estoy, temblando como una hoja por culpa de una maldita tormenta.

Temblaba de veras y, aunque Edward sabía que lo más inteligente hubiese sido fingir que no lo apreciaba y mantenerse a distancia, le pasó un brazo por los hombros antes de tener tiempo de evitarlo. La estrechó contra sí, pero el temblor no se detuvo. Eso habría tenido que ofenderlo. Le habría gustado pensar que su contacto bastaba para calmar los peores temores de una mujer pero, gracias a una extraña intuición, sabía que el que siguiera temblando era buena señal. Significaba que estaba tan desalentada por la tormenta y por haber revelado un íntimo secreto, que ni siquiera le había recordado que habían firmado una tregua; como para preguntarse si él la había tomado en sus brazos porque tenía motivos adicionales.

Pero, ¿Los tenía?

La pregunta golpeó a Edward como un martillo. Le gustaba pensar que no era tan superficial como para eso. Al fin y al cabo, la había abrazado para consolarla. Pero con Bella tan cerca de él, sintiendo la calidez de la cama que aún se desprendía de ella, tan cerca que sentía cada uno de sus pequeños estremecimientos, tuvo incluso que preguntarse si tenía otros motivos.

Edward contuvo un sonido en su garganta que, de haber salido de ella, se habría convertido en un gruñido. Si bien sus motivos eran cuestionables, el deseo aullaba con fuerza por sus venas. Sólo por abrazarla, sus latidos se habían acelerado. Sólo el notar la sedosa textura de su cabello contra la nuca le hacía sentir como si estuviese a punto de disolverse.

Se tragó el dulce sabor del anhelo que poblaba su garganta, contuvo la respiración y se forzó a controlarse. No se había labrado su fama de Romeo reprimiendo los impulsos de su libido, pero tampoco se había aprovechado nunca de los momentos de debilidad de una mujer. Con esa decisión tomada, aunque su cuerpo no estuviese muy conforme, se apartó lo suficiente como para mirarla a los ojos.

—Te diré una cosa —le susurró—. Tú ocúpate de los malos y yo me ocuparé de las tormentas. ¿Trato hecho?

—No tienes por qué ser tan amable. —La voz le temblaba al borde de las lágrimas. Desvió la mirada, pero ni la tenue luz de las velas consiguió amortiguar la decepción que podía leerse en su rostro—. Afróntalo. Tu guardaespaldas es un desastre.

—Mi guardaespaldas es la mujer más valiente y entregada que he conocido. —Como no sabía qué más decir, y sabiendo que tenía que hacerlo antes de que su deseo de tomar la barbilla de Bella con la mano y volver su rostro hacia él para darle un beso le ganara, Edward le colocó un mechón de cabelló detrás de la oreja—. Mientras yo dormía, tú estabas aquí, pese a la tormenta y pese a cualquier otro contratiempo. —El expresar aquel pensamiento con palabras le hizo sentir un hijo de p** y buscó algo que pudiese compensar la sensación—. A mí me dan un miedo de muerte los sapos —dijo.

—No es cierto —Bella rió entre las lágrimas.

No era cierto, pero ella no tenía por qué saberlo.

—Por el honor de los Scouts —dijo, llevándose la mano al pecho y alzando tres dedos en el aire, al estilo Boy Scout—. Un día, en una competición de golf, fui incapaz de hacer un birdie porque había visto uno.

—¿Un sapo? —Lo miró con total escepticismo.

—Un sapo muy grande. —Edward pasó el brazo por el hombro de Bella pero mantuvo las manos a un palmo y medio de distancia. Ella arqueó las cejas, incrédula, y él acortó de nuevo la distancia entre ambos. No tenía ni idea de cómo eran los sapos grandes y la soltó antes de que Bella pudiese pescarle en una mentira—. Bueno, era horrible, aunque no fuese muy grande. Además, tal vez su hermano mayor corría por allí.

—Gracias —dijo Bella, esta vez con una genuina sonrisa.

Ella se sorbió los mocos con delicadeza y se apartó de él. Por alguna razón en la que Edward no quería pensar, la oscuridad parecía ahora más fría y negra en el espacio de sofá que los separaba. Tanto si Bella lo había visto como si no, entre ellos algo había cambiado. Algo sutil, sin duda, pero ahí estaba, como los relámpagos y los truenos y la lluvia en el tejado. Se preguntó qué habría hecho, qué le habría ocurrido y dónde demonios los llevaría todo aquello a partir de allí.

Examinó ese pensamiento como si fuese un científico estudiando una nueva especie. Estaba acostumbrado a sentir deseos por las mujeres. Estaba acostumbrado a desear a una mujer en concreto. Durante todo el verano, le había sido imposible olvidar que Bella era más bonita, sexy e inteligente que el demonio. Pero aunque sabía lo que eran las punzadas de deseo, no estaba acostumbrado a desear a una mujer sólo para poder consolarla y protegerla.

¿Protegerla?

Edward observó la pistola de Bella, brillando a la luz de la vela.
Lo que menos necesitaba Bella era protección. Eso lo sabía, pero incluso tras pensarlo, decidió que el hecho de que ella no necesitase protección era lo que aumentaba sus ganas de protegerla.

Esa idea era tan extraña como las emociones que evocaba, pero eso no significaba que Edward no tuviese claro lo que quería hacer. Aun así, esperó a que Bella dijese algo. Cuando vio que ella se limitaba a cambiar un ocho rojo por un nueve negro en una de las pilas del solitario, no supo si suspirar de alivio o de decepción.

—Ahora ya estoy bien. —Y como para demostrarlo, un nuevo relámpago iluminó la sala, la casa fue presa del trueno y Bella no perdió la compostura—. No tienes que preocuparte en absoluto por mí, te lo garantizo. Tengo café y una baraja de cartas. Con eso me mantendré despierta. Vuelve a la cama, si quieres...

—Podría hacerlo. —el sabía que estaba en lo cierto. Su seguridad no le preocupaba porque Bella estaba de guardia, pero eso no quería decir que tuviese que dejarla sola haciendo guardia—. ¿Y si jugamos un par de partidas?

—¿En serio? —rió Bella, sorprendida—. ¿Quieres que juguemos a cartas? ¿A estas horas de la madrugada? ¿No estás cansado?

—Ya no. —Antes de pararse a pensar si lo estaba, se puso en pie y se dirigió a la cocina. No le resultó sencillo encontrar el camino en la oscuridad pero consiguió dar con una taza y con el café. Cuando volvió a la sala, ella ya había despejado las cartas del solitario y se disponía a barajar.

—¿Y a qué jugamos? —preguntó.

—Por más caballeroso que me haya comportado hasta el momento —rió Edward—, hay oportunidades que no se pueden desaprovechar. Estaba pensando en un strip póquer.
* * *


N/A aaAAHHH les gusto?? jajaja a mi si, mira que Bella esta casi casi cayendo en las manos de nuestro adorado playboy ^^
Les cuento que el proximo tendra lemmon wiiii sip, escucharon bien, LEMMON
Espero comenten, si son mas de 10 tendran unos mañana! :)
Son sobornables?? jajajaaj espero que si!
Las quiero millones!!
*NENY W CULLEN*

15 comentarios:

loka cullen dijo...

=) en serio arias uno mañanaa?? ayyy gracias aora se sta poniendo muy interesante espera un strip poker? uuuuu no me lo pierdo me encanto ver el lado sensible de este playboy es muy ricoooo(LLL) x fin lemmon espero k pasen de 10 para poder leerlo no lo agas muy tarde x fissss

romii dijo...

o por dios!!!!!!! pues siii!!!
queremos un capi más!!!! vale si comento dos veces????? jajajaj... pues estuvo estupendo el capi!!!!!! me encantó, eso de las tormentas... y como edward la consoló T.T estuvo hermoso *.* más les vale que las demás tambien comenten jajaj,.. yo quiero otro capitulo =) bueno chika besotes y nos leemos pronto =)

Anónimo dijo...

Nenyyy!! Me ha gustado mucho!! Que tensión, cuando se daran cuenta que se quieren?? jeje
Siiiii, que jueguen al strip poker ^^
Edward no quiere admitirlo, pero ya ama a Bella.
Espero que no le haga nada Vulturi y puedan ser felices juntos =) Besos
Bárbara

Unknown dijo...

Un strip poquer!!! Que copado!!
Y ensima con LEMMOn!!
Va a ser unos de los mejor cap. si dunda alguna.
O mañana encerio?? ojala!!
UN beso

Anónimo dijo...

JA! para mi que la culpa de lo de Vulturi la tiene Edward y su targeta de credito!
Haay que tiernooo que es, en un bombon !!! Y ya asta quiere protegerla!!
GENIAL VA A VER LEMMON!!! XD
PUBLIQUEN ASI LO PONE!!

Beth dijo...

Siento haber tardado tanto. Solo faltan cuatro, no? Puedo repetir
Ta tardaba mucho Edward en soltar alguna burrada... Hay que ver con el egocéntrico (que ya no lo es tanto) de este chico. No es para menos.
Besos.
PD: por favor, comenten. Yo me abrí la cuenta en Google para poder comentar. No se tarda tanto y, a cambio, recibimos mucho más. Yo tardé un montón en hacerlo pero ahora estoy recuperando el tiempo perdido, que lo sepan.

Anónimo dijo...

Genial! Paso rapido x qe estoi con poco tiempo !! Bso!! Subi otroo ! Erii!!=)

Sonia dijo...

eso es soborno e ilegal, q capi tan mmmmm es como para coger ese hombre y comercelo a besos mmmmmmmmmmmmm tan rico q esta

Anónimo dijo...

hay esata genial el cap ia quiero leer el otro... plis comenten...bueno me voi pero no sin antes decirte k escribes genial sigue asi.chau n_n

Anónimo dijo...

no tengo tiempo para comentarte komo kisiera solo digo k me encanta y k subas oy nuevo cap (LLL)

saracebo94 dijo...

neny me encanta tu blog estoy viciada =P ojala que subas mas capis te protegiendo al amor un bs

Electrica Cullen Black dijo...

bueno Neny... ya sabes que a mi me fue imposible comentarte antes... porque como bien dices cuando subistes aqui yo ya estaba con los angelitos además de que pierdo el internet todos los viernes... pero a qui me tienes domingo de madrugada y ¡sorpresa! me encuentro con dos capis...
Me gustó este cap por supuesto que sí... Edward comienza a darse cuenta de sus sentimientos y a ser menos...egocentrico... idiota... machista... demuestra ser sensible debajo de todo eso. Bueno y ahora me voy a disfrutar del siguiente... llegue tarde pero ya sabes que conmigo no necesitas "sobornos".
Me ganastes desde el primer día.

Ô·•°•♥ Yuri ♥•°•·Ó dijo...

hermosaaa me gustooo y ya me leo el proximo jejeje con lemmon??? siiiiiii jajajaja muaskkk

Anónimo dijo...

se que llego tarde, pero aun asi queria comentarte el capitulo. Ha estado genial y me ha encantado el final del capitulo.
besos

Creaciones dijo...

cuando estaba leyendo lo de los truenos estaba cayendo muchisimos trunos donde vivo jajaja bueno este libro esta genial gracias

Afilianos ^^

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