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Las Incondicionales

viernes, 18 de diciembre de 2009

V Decepciones





Bella dio un respingo al notar el bofetón del aire frío de la noche en sus mejillas calientes. Sacudió la cabeza y, aunque sabía perfectamente dónde había estado y lo que había hecho allí dentro, tuvo la impresión de despertar de un sueño. Por lo que recordaba, había sido una especie de sueño con diversos componentes: demasiado humo de tabaco, demasiados boleto de premio instantáneo y el haberse dejado llevar en exceso por el entusiasmo.

Cerró los ojos con fuerza e intentó tragarse la vergüenza. Era inútil. Cerrar los ojos no la hacía sentir mejor ni le ayudaba a olvidar que Edward Cullen, playboy millonario, magnate de los negocios, amigo personal de gente importante y testigo estrella en su caso, maldito fuera, la estaba portando en brazos como si de un saco de patatas se tratase.


Aquello bastaba para que la humillación que sentía en ese momento durase toda la vida. Y si añadía la forma en que Edward la tomaba por los hombros, con la barbilla apoyada en su cabeza, y la forma en que la mejilla de Bella descansaba sobre el pecho de el... una sola vida no sería suficiente.

—Para, por favor. —La voz de Bella no fue más que un gruñido preñado de incomodidad y de los últimos vestigios de lo que equivalía al humo de un gran incendio—. Suéltame.

—¡No! —Edward se detuvo, pero sólo para que pasase un autobús. Después cruzó la calle sin soltarla y siguió caminando con paso rápido y decidido—. No voy a soltarte hasta que nos alejemos de ese lugar y tú estés a salvo de la fiebre del bingo.

—¿La fiebre del bingo? —preguntó Bella entre dientes. Se atrevió a abrir los ojos y vio que Edward la miraba.

No sabía qué expresión descubriría en su rostro o cuál sería la que más problemas le traería. Si Edward se reía, le entrarían ganas de pegarle. Si no se reía, no podría hacer otra cosa que especular acerca de su seriedad. Edard era un hombre poderoso e influyente.

No toleraba a las personas informales y no se relacionaba con irresponsables.
Si no soportaba esos defectos en sus colegas de trabajo, ¿cómo iba a aguantarlos en la persona encargada de velar por su vida?

—Puedes soltarme, en serio. Estoy bien. —A duras penas, Bella consiguió que aquellas palabras sorteasen el nudo de vergüenza que se le había formado en la garganta. Al ver que no respondía, insistió—: te lo juro! ¡Te lo juro! Por favor, suéltame.

La miró vacilante y cuando vio que Bella arqueaba las cejas en un gesto que indicaba que hablaba en serio, la depositó en la acera.

—Gracias. —Bella dejó el bolso en el suelo mientras se alisaba los pantalones y la camisa. Pensó que sería maravilloso poder alisar su reputación con la misma facilidad. Arrugó el envoltorio de chicle rosado y lo tiró al suelo—. ¿Ves? —le dijo a Edward, mostrándole las manos vacías—. Estás a salvo. Sin el amuleto de la suerte, no me atrevería a entrar de nuevo en el bingo.

Pasó una furgoneta que aplastó el envoltorio y Bella comprendió el simbolismo. Aplastado como una tortita, como seguramente quedaría aplastada su carrera cuando corriera la voz de lo ocurrido.

No quería mirar a Edward, temía apreciar en sus ojos algo tan inquietante como el amuleto de la suerte arrasado en el asfalto. Algo le decía que Edward estaba realmente decepcionado.
Lo entendía a la perfección. Ella también lo estaba.

—Comprendo que estés enfadado. En serio. —Insegura, Bella respiró hondo. Alzó el bolso y lo colocó frente a su pecho a modo de escudo. Al mismo tiempo, se obligó a mirar a Edward a los ojos—. Lo he estropeado todo, por completo. No había ningún tipo de amenaza contra tu persona ni contra tu seguridad. No es una excusa. Si lo fuera, no sería una buena excusa. Lo único que yo quería era encajar en ese lugar y... —Buscó palabras más efectivas que las que había utilizado hasta entonces—. Me he olvidado de mí misma.

Bella metió la mano en el bolso. Palpó su semiautomática de nueve milímetros, unos cuantos billetes sueltos, dos boletos usados y el teléfono móvil. Sacó el teléfono y volvió a dejar el bolso en el suelo.

—Seguro que a estas alturas ya habrás imaginado que el teléfono de casa no funciona. La línea no está conectada.

Si a Edward le sorprendió el cambio de tema, no lo demostró. Miró a Bella y luego miró el teléfono y dijo:

—Porque no quieres que haga llamadas...

—Exacto. Porque pensamos que estarías más seguro si no las hacías. Toma. —Le ofreció el teléfono móvil—. Utilízalo para llamar a Charlie Swan. Cuéntale la horrible verdad. Se enterará de todos modos, tiene un sexto sentido. Pero lo que también tiene es mucha responsabilidad y no quiero que pienses que lo que ha ocurrido es culpa suya. Tengo fama de ser una persona digna de confianza, siempre lo he sido. De no haber sido así, Charlie nunca me habría encomendado esta misión. Habla con él. Él sabrá qué hacer. Mañana por la mañana llegará otro agente.

Edward no se molestó en mirar el teléfono y no apartó los ojos de Bella. Su rostro era inexpresivo y había algo indescifrable en su mirada. No parecía indiferente sino cauteloso y por primera vez Bella supo por qué era un triunfador. El no acostumbraba a enseñar su juego. No lo hacía hasta tener una mano ganadora.

—¿Una sustitución, Rose? —preguntó—. ¿Y cómo voy a explicárselo a los vecinos?

Edward sabía hacerse cargo de la situación. Bella pensó que debería estarle agradecida. Si se concentraba en los detalles, quizá podría olvidarse de lo mal que se sentía, al menos durante un par de minutos.

—No te preocupes. Supongo que el agente que me sustituya traerá consigo la información necesaria. Un padre enfermo, la llamada de una amiga de Los Ángeles que necesita ayuda, una intervención quirúrgica... —Harta de sostener el teléfono, intentó que Edward lo tomara—. Hay mil maneras de explicar la desaparición de la pobrecita Rose. Charlie te dará instrucciones al respecto.

Edward se volvió y, como si nunca hubiese visto uno, fijó su vista en el aparato.

—No estoy seguro de recordar cómo se utilizan estos chismes.

—Ya lo recordarás —

Edward dejó caer el móvil en el bolso de Bella.

—No hay ningún motivo para llamar a Charlie.

—¡Pues claro que lo hay! —Bella no daba crédito a sus propias palabras: intentaba convencer a Edward para que hiciese una llamada que equivaldría a pasar los años que le quedaban en el FBI ocupándose únicamente de trámites burocráticos. O peor aún, del expediente del oso Smokey. Intentó no pensar en ello y recordarse a sí misma que el deber estaba por encima de todo y que estaba en deuda con Edward—. Perdí el control —le dijo ella, al notar que Edward no había hecho nada por contradecirla ni por intentar que se sintiese mejor—. Si no soy capaz de controlarme a mí misma, ¿cómo voy a controlar la situación? No sé...

—Se te fue un poco la cabeza, no es tan grave. —Edward se encogió de hombros—. ¿Así que Emmett se ha casado con una lunática? ¿Y a quién le importa eso? ¿Quién lo ha notado? Estabas tan descontrolada que ni siquiera advertirse que actuabas del mismo modo que todos los demás...

—Pero yo...

—Te comportaste como una idiota. —Edward se volvió hacia la calle, abrió los brazos y gritó—: ¡Eh, mundo! ¡Rosalie Tomashefski es una idiota! —Las palabras rebotaron en los edificios que los rodeaban y cuando el eco calló, Edward se volvió hacia Bella—. ¿Lo ves? Ya te lo he dicho. A nadie le importa. Además, enloquecer como tú enloqueciste no es ningún delito.

Edward tenía razón, pero eso no la hizo sentir mejor.

—No, no es un delito —reconoció—, pero no tenía que haber ocurrido.

Edward sonrió y se acercó a ella.

—Algunas de las cosas más dignas de ser recordadas que he hecho en la vida son cosas que nunca tendrían que haber ocurrido.

A Bella no le gustó lo que esas palabras entrañaban ni la sugerencia que brillaba en la sonrisa de Edward.

—Tal vez, pero...

—¿Por qué no te escuchas a ti misma? —Edward soltó una carcajada que sonó auténtica y cariñosa y colocó la mano sobre el hombro de Bella en señal de amistad—. Intentas convencerme de que llame a tu jefe para que te aparte de la misión. ¿De veras lo deseas? Porque si lo quieres…

—No!!. —Había muchas cosas que Bella no sabía de Edward, pero lo que sí sabía era que no se trataba de alguien propenso a los juegos. Le pedía que dijese la verdad y no le daría otra oportunidad para hacerlo—. No, no quiero que me aparten del caso. Quiero hacer un buen trabajo. Tienes que creerme.

—Pues claro que te creo. —Le agarró el hombro con más fuerza. Era una noche cálida y la piel le ardía. La brisa, que encrespaba el cabello de Bella, era agradable pero la temperatura de su sangre aumentaba, en particular cuando Edward recorrió su hombro con los dedos en dirección a la nuca. Le colocó un mechón suelto detrás de la oreja y le acarició la mejilla con el pulgar. Su voz era tan cálida como su tacto—. Mira, en Nueva York me salvaste la vida. Es el acto de valor más significativo que he presenciado en mi vida y nunca lo olvidaré. En mi opinión, eso es más importante que la locura, manía o tontería que te haya provocado un estúpido bingo.

—Captado el mensaje. —Bella rió. Reír era lo único que podía hacer para dejar de temblar bajo las caricias de Edward. Con la esperanza de que pareciese un movimiento más casual de lo que en realidad era, se separó de él, pero incluso eso no bastó para romper el frágil contacto que se había establecido entre ellos, pues se mantuvo como un susurro en el aire, vibrando en toda su piel.

Para ocuparse en algo, recogió el bolso y se lo colgó del hombro. Luego volvió la vista hacia la iglesia.

—¿Estás seguro de que no quieres que volvamos a rascar unos cuantos cartones más? Ya sabes que tengo una racha de buena suerte.- dijo en tono burlon

—Completamente seguro. —Edward la agarró por el codo y tiró de ella en dirección a casa. En esa ocasión, Bella no se opuso aunque supo que habría debido hacerlo. También supo que no tenía que dejarse llevar por sus emociones, y mucho menos por segunda vez.

No sería sensato pasear tomados de la mano y con la cadera de Edward presionando contra la suya. No era sensato permitir que su voz la envolviese, con aquella modulación tan suave como las sombras.

Y, sin embargo, no intentó soltarse. Se sentía tan a gusto...

*****************************


—¡Maldita sea, has hecho que se cortara la comunicación!

Edward miró el teléfono móvil que tenía en las manos. Con la luz del amanecer colándose por la ventana de la cocina, era imposible ver los números en la pantalla digital. Además, sabía que el teléfono de Seth Clearwather ya no estaba allí. Bella se había asegurado de ello al cerrar el teléfono antes de que sonase siquiera el primer tono.

—¡Sí! Y lo haré tantas veces como sea necesario. —Bella le arrancó el móvil de las manos. Llevaba una bata amarilla de felpa y se metió el teléfono en el bolsillo—. Me has robado el teléfono. Lo has tomado de mi bolso. Eso es caer muy bajo!!.

Edward cruzó las manos sobre el pecho. No estaba acostumbrado a que lo desafiasen y pensar que se trataba de una mujer descalza cuyo camisón rosa asomaba por debajo del dobladillo de una bata que le llegaba a la rodilla, no facilitaba las cosas. Tampoco las facilitaba el titular del periódico de aquella misma mañana que se encontraba sobre la mesa de la cocina: «Empieza el juicio contra Black

—No te lo he robado. Lo he tomado prestado.—Edward alzó la barbilla, deseando que ella desafiara su lógica—. No, ni siquiera lo he tomado prestado. Lo he utilizado. Para eso están los teléfonos, ¿no? Para utilizarlos...

—Tú no. —Pese a la bata amarilla y al camisón rosa y a los pasadores azules y rosa, típicos de adolescente, que llevaba para sujetarse el cabello, Bella no tenía nada que ver con la excéntrica mujer a la que había sacado a rastras del infierno del bingo la noche anterior. Aunque era obvio que acababa de levantarse, estaba del todo despierta, completamente alerta y más dispuesta que nunca a impedirle que mantuviese contacto con la vida que, de forma provisional, había dejado.

—¿No lo entiendes? —Los ojos de Bella brillaron con un color a mitad de camino entre las nubes grises de tormenta y el hielo invernal—. ¿No ves el peligro que correrías si contactaras con alguien de fuera?

—Yo no iba a contactar con "alguien", iba a contactar con Seth; intentarlo al menos. —Nervioso, Edward se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y empezó a caminar de un lado a otro de la cocina. Era una distancia penosamente corta y tuvo que recorrerla varias veces antes de conseguir ordenar sus pensamientos y controlar la frustración que amenazaba con estallar en forma de ira incontenible—. Llamar a Seth no supone un peligro —le dijo a Bella. Sabía que era cierto. Nunca había estado tan seguro de nada ni de nadie en toda su vida—. Seth y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Es mi secretario personal. Jugamos juntos a golf, soy el padrino de su hijo mayor... ¡Qué diablos! Seth no me traicionaría, no pagaría aun asesino a sueldo para que me liquidase.

—Eso no significa nada. Quieras admitirlo o no, hay que afrontar los hechos. A estas alturas del juego, no sabemos en quién podemos confiar y en quién no...

—En Seth podemos confiar.

—Quizá. —Bella hizo una pausa para darle a aquella palabra un énfasis que Edward pensaba que no merecía—. Quizás estés dispuesto a correr ese riesgo, pero te diré una cosa: yo no. Ya te lo advertí una vez: he trabajado duro y mucho tiempo en este caso. Aunque tuvieras ganas de morir, no te lo permitiría, al menos hasta que hayas declarado ante el juez.

—Supongo que debería darte las gracias. —Edward podría haber seguido discutiendo sobre el tema si otro pensamiento no hubiese cruzado por su mente. Todo era culpa suya y, al darse cuenta de ello, se sintió hundido. No podía culpar a nadie excepto a sí mismo—. No tendría que haber accedido a testificar.

Sí, se comportaba como un niño mimado, un adolescente al que acabasen de decirle que no iban a dejarle el coche el viernes por la noche. Sin embargo, eso no significaba que Bella tuviese que intervenir para que se sintiera mejor.

Pero la agente no lo sabía y se abalanzó sobre él y le puso la mano en el brazo, con una expresión tan intensa, tan sincera, tan propia del FBI que Edward tuvo que contener la risa.

—No hablas en serio, ¿verdad? —Bella sacudió la cabeza, rechazando de inmediato la idea. Una mujer como ella no podía creer que él hablase en serio. Para Bella estaba muy claro qué estaba bien y qué estaba mal

— ¿Te has olvidado ya de los tipos que te abordaron para blanquear dinero en uno de tus bancos? Maldita sea, ¿has olvidado que son la escoria de la humanidad? ¿De dónde crees que sacan tanto dinero? ¿Apostando en las carreras de yates y jugando a bacarrá? —Se rió de sus propias ideas pero no había ni un ápice de humor en el sonido que emitió—. Lo obtienen con la droga —prosiguió. Le soltó el brazo y anduvo hasta el otro lado de la mesa. Como si se aferrara a la verdad y a su fe en el orden correcto de las cosas, se agarró al respaldo de una de las sillas—. Del tráfico de armas. De la prostitución. Porque tienen secuaces en las estaciones de autobuses de todo el país que engatusan a las adolescentes que se han escapado de casa, y esas chicas acaban vendiendo sus cuerpos en las esquinas de las grandes ciudades del país para que esos tipos puedan comprarse mansiones y yates y pagarse estancias en Cancún. Son tipos ricos, poderosos y crueles. Y de todas las personas con las que se han puesto en contacto, tú has sido el único que ha tenido la valentía de venir a contárnoslo. Y eso les ha impresionado. Temen lo que puedas declarar en el juicio. Saben que eres un testigo perfecto y que puedes conseguir que los encierren. De otro modo, nunca habrían contratado a Vulturi para que te matase.

—¿Y crees que por decírmelo voy a sentirme mejor? —Edward se mesó el cabello—. Tampoco olvido que me ofrecieron un buen porcentaje en los beneficios. Tendría que haberlo aceptado y echar a correr. Ahora estaría en las Canarias, en algún chalé soleado con vistas al océano. Cielos azules. Aguas vivificantes. Chicas calientes. —Dejó escapar un suspiro—. Tendría que haberme metido en el mundo del hampa.


—Pero no lo has hecho.

En la voz de Bella había tal destello de admiración que a Edward le resultó imposible mirarla. Se volvió y se acercó a la mugrienta ventana que daba a las vías del tren y a la fábrica de acero.

¿Qué pensaría Bella si se enteraba de que había dudado antes de presentarse ante las autoridades? No se trataba de que hubiese barajado la idea de aceptar una parte del dinero blanqueado que le habían ofrecido. No se lo había planteado ni por un segundo. Lo que sí sopesó fue la idea de olvidarse de todo, convencerse de que no era una cosa tan seria como parecía.

Y entonces empezó a recibir las primeras noticias sobre el arresto de Jacob Black.

Precisamente por eso, le había interesado de un modo tan especial el arresto de Black. Aunque éste nunca lo sabría, le había recordado que hay cosas correctas y cosas incorrectas. Black había tomado una decisión y marcado un hito. Era muy raro que un hombre mostrase semejante coraje, y si Jacob podía hacerlo desde la celda de una cárcel, él también lo haría desde su ático de Manhattan.

Pero lo que nunca pensó fue que todo aquello terminaría llevándolo tan lejos de su piso de Manhattan. Nunca imaginó que lo llevaría a una casa como aquélla. La frustración dio paso a la resignación y, como no estaba; acostumbrado a resignarse, estalló en un ataque de cólera.

Apretó los puños con fuerza y alzó la cabeza. O bien Bella no sabía captar el lenguaje corporal o ignoraba que a veces es mejor callar y cambiar de tema. En lugar de esperar a que las cosas se tranquilizasen, prosiguió con su ataque.

—¿Comprendes ahora por qué no puedes ponerte en contacto con Seth ni con nadie? —preguntó—. Las llamadas pueden controlarse, los teléfonos pueden estar pinchados. Se puede comprar a cualquiera. Por más que te guste pensar que estás en lo cierto, nunca sabremos si podemos confiar en Clearwather al cien por ciento. Y si no podemos confiar en él, cuando lo averiguásemos sería demasiado tarde.

Por más resignado que estuviera, tanto a su situación como a lo que parecía su destino, Edward no estaba dispuesto a aguantar más. Aquella estupidez duraba ya una semana. Una semana en la que lo habían vigilado y controlado y no habían dejado de darle órdenes.

—Seth es tan digno de confianza como yo —replicó—, y por lo que vi anoche, mucho más que tú. Decir en voz alta lo que ambos sabían no era exactamente un error; en ese momento, demostraba una gran falta de tacto. Edward masculló una palabrota entre dientes. Sabía cuándo debía decir lo que pensaba y cuándo era mejor callar. Si en alguna ocasión había que callar, era ésa. Lo supo sin mirarla pero, de todos modos, lo hizo, y lo que vio le demostró que sus palabras le habían hecho tanto daño como un bofetón.

Bella tenía las mejillas pálidas, los labios apretados formando una fina línea, la barbilla alzada y la cabeza erguida. Mientras la miraba, vio que apretaba los puños.

—Mira... —Edward se pasó la mano por el cabello. Rayos el nunca se disculpaba. las disculpas revelaban debilidad, inseguridad. Evidenciaban que tendría que haberse parado a pensar en lugar de hablar, y no haber abierto la boca hasta terminar de pensar. En esa ocasión, había transgredido su propia regla cardinal—. No quería decirlo...

—Claro que querías decirlo. —Bella le miró a los ojos—. Y eso que anoche, durante un par de minutos, pensé que eras humano...

—¿En serio? —Era una réplica absurda. ¿Por qué, cada vez que discutía con Bella, perdía su habitual elocuencia? No lo sabía, no podía explicárselo, no comprendía por qué. Era algo que lo dejaba perplejo, igual que pensar que tal vez Bella estuviese en lo cierto. La noche anterior no se había comportado con más humanidad de lo habitual, pero tenía que admitir que se había pasado la noche preguntándose por qué aquella extraña experiencia le había hecho sentir un poco más vivo.

Una parte de sí mismo quería atribuirlo todo a una especie de trastorno postraumático, como en el caso de las personas que han sido secuestradas por terroristas o que han sobrevivido a una nevada de tres días con un paquete de galletas y una lata de limonada.

Bella y él habían sobrevivido al bingo. La experiencia había creado una especie de vínculo entre ambos. Era lo único que podía explicar que le hubiese gustado tanto caminar por la calle, en la oscuridad, con la mano sobre el brazo de Bella. Era la única razón por la que le sentó tan bien llegar a casa con ella, aunque aquélla no fuera su casa. Era lo único que podía justificar que, incluso después de la experiencia en el salón parroquial, del humo asfixiante y de la extraña reacción de Bella con el juego, le hubiese costado más que nunca desearle buenas noches y verla marchar a su dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas.

—Anoche tuviste tu oportunidad. —Las palabras de Bella interrumpieron sus pensamientos y, durante un par de segundos, Edward se preguntó si ella podía leerle la mente. Entonces advirtió que ella no se refería a lo que él estaba pensando—. Anoche te dije que si te molestaba mi presencia, lo único que tenías que hacer era llamar a Charlie y decírselo...

—No me molestaba. No me molesta. —Se volvió y dio un paso hacia ella que, con una feroz mirada, le hizo cambiar de opinión—. Anoche, cuando dije que no quería que te expedientaran por eso, lo dije en serio. De verdad. No tenía que haber sacado a relucir la cuestión pero... —Con un par de zancadas, llegó a la mesa y agarró la primera página del periódico. Si se atrevía, podía contarle a Kate unas cuantas cosas. Ella tal vez las entendería o tal vez no. Si las entendía, comprendería su necesidad de ponerse en contacto con Seth.
Incluso le ayudaría... tal vez.

Pero si no lo entendía o se negaba a ayudarlo, Edward sabía que Bella estaría más alerta que nunca y que él tendría menos oportunidades de poder hacer aquella llamada.

Además, había prometido guardar secreto. Había jurado que nadie sabría nunca lo que estaba haciendo. Y por encima de todo, estaba la vida de Jacob Black, por la cual empezaba a temer.

—Para mí, esta situación es muy difícil —dijo Edward, tras dejar el periódico de nuevo en la mesa—. Espero que lo comprendas. Nunca me he sentido tan incompetente. —Se restregó la barbilla con los nudillos de una mano. Estaba ligeramente oscurecida debido a la barba de una noche—. No estoy acostumbrado a no ser quien controla la situación. Y te diré una cosa: no me gusta en absoluto. ¿No crees que ese cerebro para el que trabajas podría haber tenido otra idea mejor para sacarme dos meses de Nueva York? Podría haberme enviado al Himalaya, a escalar, o al Mediterráneo, con mi yate.

—De hecho, estás en el Mediterráneo con tu yate. —Descalza sobre la alfombra color ocre Bella cruzó la sala y buscó entre los periódicos viejos. Eligió una sección de la prensa del día anterior y la hojeó hasta dar con lo que andaba buscando. Luego, dobló la página por la mitad y se la tendió a Edward—. ¿Lo ves? —Señaló un artículo en mitad de una de las columnas de chismorreo que Edward siempre eludía. Vio su propio nombre resaltado en negrita.

—«Edward Cullen, el más guapo de todos los guapos, el Romeo más rico y el soltero más codiciado de este mundo o de cualquier otro...» —Edward se aclaró la garganta. Ni podía creer todas aquellas exageraciones. Temía que, si miraba a Bella, descubriese en su rostro una sonrisa y por eso continuó leyendo—. «Edward Cullen, bla bla bla, pasa el verano relajándose después de una extenuante temporada de trabajo en la que ha realizado fusiones, ha adquirido empresas y ha quedado agotado tras un apasionadísimo romance con una cantante de rock...» Nunca he tenido un romance, apasionadísimo ni de ningún otro tipo, con una cantante.

—No creerás que me preocupa, ¿verdad? —Bella cruzó los brazos sobre el pecho, un gesto defensivo que no pasó inadvertido—. No te he enseñado el artículo por eso sigue leyendo.

—«Un apasionadísimo romance con una cantante de rock...» Bueno, no importa. —Con un gruñido, pasó por alto ese fragmento de la noticia—... «Disfruta del verano con un crucero por el Mediterráneo en su lujoso;! yate, el Crepuesculo.» — Esto no es el Mediterráneo.

—No pensarás que haríamos correr la voz de que estabas en el Mediterráneo y te permitiríamos ir allí ¿verdad? —Bella sacudió la cabeza, asombrada de que no hubiese entendido el mensaje—. En el Mediterráneo correrías un gran peligro, ¿no es cierto?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que el barco sí está de crucero, pero tú no.

—¡Lo cual significa que es otra persona la que está de crucero! —Edward se encolerizó—. Y también significa que el FBI ha secuestrado el Crepusculo y que hay otra persona en mi...

—Secuestrado no es la palabra adecuada. —Bella se acercó al armario y sacó un paquete de arroz hinchado. Llenó un tazón y fue a la nevera en busca de leche—. Recuerda que es por tu bien. Teníamos que hacer que pareciese auténtico. Y sí, claro que hay agentes en el barco. Qué suerte la suya. —Echó leche a los cereales y agarró una cuchara—. Seguro que no desayunan arroz hinchado.

—¡Pues será mejor que no toquen los vinos de mi bodega!

Bella metió de golpe la cuchara en el tazón e hizo saltar la leche que salpicó la mesa.

—¿¡Nunca se te ha ocurrido pensar que seguir con vida es ligeramente más importante que los vinos de tu bodega?! ¡¿O que esos agentes corren un gran peligro, poniéndose en tu lugar, para que tú puedas estar aquí, escondido y a salvo?!

—Claro, claro que lo he pensado. —Demasiado enfadado para quedarse quieto, Edward salió de la cocina y se dirigió a la sala—. Lo que ocurre es que no estoy acostumbrado a que secuestren mi yate y también mi vida.

—Ni se te ocurra intentar utilizar de nuevo el teléfono —replicó Bella, como si no hubiese oído sus lamentos—. A partir de ahora, a la hora de dormir me lo pondré debajo de la almohada.

Edward se detuvo de repente. Pese a lo mucho que le preocupaban sus vinos, su yate y Jacob Black, advirtió que Bella acababa de brindarle una oportunidad de oro. Si quería utilizar el teléfono y Bella dormía con él, eso significaba que si se acostaba con ella...

La sola idea era una estupidez, impropia de él y demasiado tentadora para tenerla siquiera en cuenta.

Dispuesto a pensar en otra cosa y frenar así sus fantasías, Edward abrió la puerta, salió al porche delantero y cerró la puerta a sus espaldas.

—¿Problemas en el nidito de amor? —gritó una voz desde el otro lado de la calle.

Edward se detuvo en lo alto de las escaleras y vio a Jasper, que regaba su césped. El vecino lo saludó, cerró el grifo y cruzó la calle en dirección a el.

—¿Te has peleado con tu mujer?

—Pues claro que no —replicó Edward—. ¿Lo parece? —Se sentó en el peldaño superior y apoyó los codos en las rodillas. De repente, se le ocurrió una idea que le horrorizó—. ¿Nos has oído?

—¡No! —Jasper subió las escaleras y se sentó al lado de Edward—. Me he fijado en tu manera de cerrar la puerta y eso sólo puede significar una cosa. Que la dama se ha comportado de manera irrazonable.

—¿Irrazonable? —Edward rió. Era una palabra como acuñada a propósito para describir a Bella—. No tienes ni idea.

—Me temo que sí. —Jasper llevaba una camiseta imperio y un pantalón corto con grandes bolsillos. Metió la mano en uno de ellos y sacó una lata de cerveza—. ¿Quieres una?

—Son las ocho de la mañana —le dijo a Jasper.

—¿Y qué? Estoy de vacaciones —Jasper le ofreció de nuevo la cerveza y cuando Edward declinó sacudiendo la cabeza, JAsper abrió la lata y le dio un trago—. Alice y yo llevamos cinco años casados. Sé muy bien qué significa comportarse de un modo irrazonable. Pero ayer, al ver cómo te miraban todas las mujeres, pensé que nunca tenías problemas con ellas.

—Con la mayoría de ellas, no. —Eso era cierto, y a Edward no le avergonzaba admitirlo—. La mayoría de ellas se deshacen en mis manos. —Era un comentario estúpido y machista pero, en ese momento, a el no le importó. Ser estúpido y machista era justo lo que necesitaba. Ser estúpido y machista era mucho mejor que sentirse impotente y vulnerable.

—Sí, de eso hablaba anoche... De que me enseñaras cómo lo haces.

—¿Cómo hago qué? —Edward se atrevió a preguntar.

—Ya sabes —JAsper le dio un codazo en las costillas—, ponerlas cachondas y esas cosas, como si fueras una especie de Romeo o algo así...

—Bueno, yo... —Edward no quizo ni negarlo ni admitirlo ni hacer comentario alguno. Era lo más racional, lo más discreto. Y si Edward destacaba por algo, era por su racionalidad y discreción.

Sin embargo, a veces, la estupidez y el machismo conseguían eclipsar su lado racional y discreto. Edward no se cuestionaba la lógica de lo racional y sabía que ésa era una de esas ocasiones.

—Una especie de Romeo, ¿eh? —Se sentó más erguido—. Así que eso es lo que crees...

—Pues sí. —Jasper se secó los labios con el dorso de la mano—. Aunque lleves esas gafas de universitario sabihondo, las mujeres... Bueno, no sé, se ponen tontas cuando tú estás cerca. El corazón les late muy deprisa y se mueren por tocarte.

Edward se compuso el cuello de la camisa a cuadros que llevaba y se alisó el remolino del cabello.

—Es cierto. Muchas mujeres me encuentran atractivo.

—Justo lo que yo decía —asintió Jas—. ¿No crees que podrías enseñarme a hacerlo?

—Supongo que podría darte unos cuantos consejos, si te refieres a eso. Qué decir, qué hacer- cuando Edward vio cómo se abría la puerta de la casa de enfrente y cómo Alice salía al porche delantero. La mujer saludó y se agachó a regar las plantas. Al observarla, Edward sintió un desagradable cosquilleo en el estómago. Aunque nunca había pensado en casarse, o no lo había pensado en serio, creía firmemente en la fidelidad matrimonial, pues así lo había visto en los largos y felices matrimonios de sus padres y de sus abuelos. Desde muy pequeño, había aprendido que el orden correcto de las cosas se basaba en una vida doméstica tranquila, y que si él no llegaba a encontrarla, eso no significaba que, para los demás, no existiese.
—¿No estarás pensando en...? —EDward entrecerró los ojos y, suspicaz, se puso de parte de Alice

—No, hombre, no. —El rostro de Jasper enrojeció y la mandíbula se le tensó. Aplastó la lata de cerveza vacía y la tiró al porche—. No creerás que te estoy preguntando todo esto porque desee salir por ahí a ligar con una niñita, ¿verdad?¿Así pensáis los capitalinoss de hoy en día? ¿Así tratas a tu encantadora esposa? Vaya, eres un sucio hijo de...

—No, no, yo no pienso nada de todo eso. —La expresión de Jasper le resultó tan desagradable como la idea de enseñarle a engañar a su esposa—. Sólo quería asegurarme. Eso es todo. No estoy dispuesto a ayudarte si...

—Pues claro que no, colega. Lo siento. —Jasper respiró hondo y colocó la mano en el hombro de Edward—. Me alegro de que me lo hayas preguntado. Eso quiere decir que eres un buen marido. Yo también quiero serlo, pero te juro... —Miró a Alice, que iba de maceta en maceta, y sacudió la cabeza—. A veces no sé lo que quiere…

—¿Y quieres que yo te ayude? —De no haber sido porque JAsper parecía auténticamente sincero, la situación habría resultado cómica.-¿Y qué quieres que haga?

—No quiero que hagas nada —respondió su vecino—. Nada distinto de lo que haces en tu día a día, quiero decir. He pensado que si pudiera veros a ti y a Rose, podrías mostrarme cómo quieren las mujeres que las traten y entonces yo... yo podría copiar lo que tú haces.

Debido a un impulso automático, Edward se agarró con fuerza a la barandilla del porche. Justo cuando parecía que las cosas ya no podían ir peor, su vida daba un nuevo traspiés. De lo sublime a lo terrible y de lo terrible a lo verdaderamente ridículo.

En su silencio Jasper debio haber imaginado algo por que se puso de pie

—Sabía que me ayudarías —dijo, y antes de que Edward pudiese recobrar la voz y decirle que no había accedido a ayudarlo ni había tenido tiempo de comentarle que aquello era lo más ridículo que había oído en su vida, Jasper prosiguió—: He pensado cómo podemos hacerlo. Tengo un plan. Ustedes dos nos invitaran a cenar el sábado.

—Sí. —No era una pregunta sino una afirmación.

—Bien. —Jasper se encaminó a su casa—. Tu Rose sabe cocinar, ¿no es verdad?
La última semana habían sobrevivido a base de bocadillos, entrantes congelados y arroz hinchado. ¿Sabía Bella cocinar? El no tenía ni idea.

—Una cena. —Dio una inflexión especial a la palabra, a mitad de camino entre «menudo desastre» y «qué buena idea»—. El próximo sábado, pues. Seguro.

Más contento que un niño con zapatos nuevos, JAsper le guiñó el ojo a Edward.

—Una cena. Así podré observaros a los dos de cerca y en privado. Como esas parejas de famosos en televisión.

—Parejas de famosos. —Edward observó cómo Jasper se alejaba. Lo sublime, lo terrible y lo realmente ridículo; habían dado otro giro extravagante. No se atrevía a pensar dónde lo llevaría ese nuevo giro.


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Ok, me demore y mas encima es largo pero es un capi escencial para comprender lo que viene en el siguiente....
Si, subira un pokito la temperatura. ^^
Gracias a todas
besos y mordiscos.
Las quierooooo

2 comentarios:

Electrica Cullen Black dijo...

Ya me lo veo venir. Edward sacando "partido" de la cena.
Espero impaciente el próximo.
besos y hasta pronto.
Feliz navidad!

Electrica Cullen Black dijo...

Gracias Neny,, por ser un cielo y preocuparte por mi. Hasta esta madrugada no tuve acceso libre a un ordenador e internet. Subi nuevo cap de "Como crema y canela" y le mande a Koko la primera parte de "Supervivientes". El mini fic que te comente que no se si me dejaran publicar en ff.net.
Estoy ampliando el cap 7 de la Huesped 37. Era demasiado corto y aún me falta un pequeño retoque para terminar el Crosover Twilight/The Host.
Gracias por seguirme y por ser tan paciente.
Pronto te leere y te comentaré. Tengo mucho atrasado de estos días de incomunicación.
Besos.
Te dejo mi correo Electrica_20@hotmail.com

Afilianos ^^

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