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Las Incondicionales

martes, 24 de noviembre de 2009

II FORKS







—No lo dirá en serio...

Edward Cullen se enorgullecía de ser de ese tipo de hombres que rara vez se sorprenden o se estremecen, pero aquello era demasiado.

Se detuvo en mitad de la vieja acera, frente a una casa de dos pisos que, sin duda, había conocido tiempos mejores.

—No voy a entrar ahí por nada del mundo...
—Será mejor que hable en voz baja. —Bella lo tomó del brazo y le dedicó una sonrisa. Era una sonrisa atractiva, o en todo caso lo habría sido de no haber hablado entre dientes.—Ha sido un día muy largo, cariño —añadió, relajando la tensión de las mandíbulas. Echó una rápida mirada a su alrededor—. ¿Por qué no entramos para discutir la cuestión?

—¿Entrar? —Edward echó otro vistazo a la casa. Era de color beige, o al menos lo había sido en otro tiempo. La única ventana de la fachada de la casa estaba sucia, el césped seco, y en medio del jardín había el chasis de un Nova de 1979 colocado sobre unos bloques de cemento. Tanto la casa como el jardín y el coche estaban cubiertos por una capa de óxido rojizo que, para Cullen, habría supuesto un misterio de no haberse fijado en el pequeño patio trasero.

El aspecto del lugar era horrible y su olor aún peor.

—Hasta ahora me he mostrado dispuesto a colaborar —gruñó, y sabía que estaba en lo cierto por más que la agente especial Swan pensase lo contrario y lo demostrase chasqueando la lengua—. He accedido en lo de la ropa —prosiguió, echando un vistazo a los mugrientos vaqueros que le habían dado en la oficina del FBI de Nueva York. La camiseta no tenía mejor aspecto. Estaba totalmente dada de sí en la base y era más larga por delante que por detrás. Anunciaba una marca de cerveza de la que Romero nunca había oído hablar—. He accedido en lo de las gafas. —Con una mano, se ajustó las gafas de montura negra que le habían dado. Los cristales no tenían graduación. No las necesitaba, pero el FBI había insistido en que se las pusiera porque su cara era muy conocida y tenían que transformarla — He accedido incluso al corte de pelo. —Edward se pasó la mano por el cabello. No sabía de dónde había sacado el FBI aquel peluquero, pero estaba seguro de que era la primera vez que manejaba unas tijeras. Por delante se lo había dejado demasiado largo y por detrás demasiado corto, y se le formaban unos remolinos que nunca había tenido.


Al notar su descontento, o tal vez porque quería irritarlo aún más, la agente Swan le dio una palmadita en el brazo y, con un tono de voz paternalista, que a él le recordó el de las enfermeras, los policías de tráfico y los doctores, le dijo:

—Lo sé. Ha sido muy duro. Se ha prestado incluso a venir a Forks en clase turista... —porfin Bella empezaba a comprender. y Edward asintió.

—Sí, y a venir desde el aeropuerto en ese cacharro. —Con los labios fruncidos señaló la destartalada furgoneta aparcada junto a la acera—. Pero esto ya pasa de castaño oscuro. He sido demasiado complaciente.Esto... —Cullen observó la casa, el jardín y el Nova de 1979—. Esto es...

—Esto es nuestro hogar.- Que la partiera un rayo. No supo si quería tomarle el pelo o hablaba en serio. Fuera como fuese, su voz sonaba demasiado animada. Y se la veía radiante.

Mientras él se mantuvo muy ocupado preparando su «guardarropa», la agente especial Swan también realizó algunos cambios en su persona. En Nueva York parecía la típica profesional, con la blusa abrochada hasta arriba y una falda que acababa por debajo de las rodillas; todo seriedad, nada de tonterías.

Pero con el cabello recogido en una alegre cola de caballo y el cuerpo enfundado en unos extravagantes pantalones verdes y una gran camiseta descolorida con la imagen de un contento unicornio rosa, Bella parecía ahora la clienta de una tienda de saldos más que una agente del FBI.

Y de eso era exactamente de lo que se trataba.

Cullen había tardado veinticuatro horas en comprender la realidad de la situación pero, en aquel momento, se le hizo del todo evidente.

—Cuatro meses... —Como si deseara castigarse, contempló la escena una y otra vez: la casa, el jardín, el chasis del coche—. ¿Cuatro meses aquí?

—Me temo que sí. —Sin duda se debía a la preparación que recibían los agentes en la Academia, pero los hechos puros y duros no preocupaban a Bella en lo más mínimo. Se subió el bolso de piel de imitación hasta el hombro y tiró de Cullen en dirección a la casa.

—Hogar, dulce hogar —dijo en un arrullo.

—No tiene los requisitos para serlo.- respndio el en un gruñido

—Tampoco dispone de aire acondicionado, pero tiene que reconocer que es un lugar perfecto para esconderse un par de meses. Es el último punto del planeta en el que le buscarían.

—¡Gracias a Dios! —Edward suspiró. No quería ni pensar en la posibilidad de lo que harían los paparazzi con una historia como aquélla si llegaban a enterarse. De repente, se sintió tímido y un poco a merced de los acontecimientos. No obstante, se dirigió hacia la casa junto a Bella.

Antes de llegar a la puerta, se oyó una voz al otro lado de la calle.

—¡Eh, hola! —Edward y Bella se volvieron para ver a una mujer baja y delgadita, vestida con unos pantalones cortos de lycra y una camiseta diminuta de color escarlata, que corría por el asfalto—. ¡Estábamos esperándolos! —gritó casi dando saltitos.

Edward miró a su alrededor. No comprendía por qué la mujer hablaba en plural puesto que, en realidad, estaba sola.

Jadeante, se detuvo ante ellos y los observó con una rápida pero eficiente mirada, perfeccionada sin duda tras muchos años de práctica.

—A principios de semana vimos que traían sus muebles —dijo la mujer, arreglandose el cabello corto que terminaba en puntas en diferentes direcciones—. Pensamos que vendrían enseguida. Vigilé un poco a los del camión de mudanzas, me aseguré de que fueran cuidadosos. Tuve la oportunidad de leer las etiquetas de los paquetes. Tú debes de ser Rose, ¿verdad? —Agarró las dos manos de la agente Swan entre las suyas y las apretó—. Y tú... —La mujer no medía más de metro y medio y tuvo que retroceder un paso para ver a Edward de cuerpo entero. Al hacerlo, puso los ojos como platos y quedó boquiabierta—. Yo diría que te pareces... Ya sabes. —Chasqueó los dedos con impaciencia—. Ya sabes de quién hablo. —Se volvió hace Bella en busca de ayuda—. Ese chico, ése tan guapo que siempre...

—Tiene que ser la luz. Mira cómo brilla la casa. —Tan rápida con las palabras como lo había sido neutralizando al repartidor de pizzas, Bella distrajo a la mujer y la tomó del brazo para alejarla de Edward y que se olvidara así del tema—. Mi hermano Andy compró esta casa hace un par de meses y ahora nos la ha alquilado. Me dijo que era amarilla, pero yo no la veo amarilla. En cambio, la tuya... —Tomó a la mujer por el brazo y ambas se volvieron hasta encontrarse frente a la casa que había al otro lado de la calle. Era chillona hasta lo indecible, pero con una gran pizca de combinacion—. Ésa sí que es una casa hermosa —dijo Bella.

—Jasper acaba de pintarla. —La mujer resplandecía de orgullo—. Le dije que no se pasase con el color, pero ya sabes cómo son los hombres. —Le dio un codazo a Bella en las costillas. Uno de estos días conoceran a Jasper —les dijo Alice.

—Lo espero con impaciencia. —La voz de Alex sonó acida incluso a sus propios oídos.
Por fortuna, Alice no pareció apreciarlo y echó a andar hacia el camino que llevaba hasta la puerta principal.

—Pues sí, le dije a Jasper que seguramente llegarían enseguida, al estar los muebles ya aquí... —Se detuvo al pie de la escalera y miró a Edward con curiosidad—. ¿Y de dónde me han dicho que son?

Por un instante, las entrañas de Cullen se encogieron de miedo, descubrió que se había quedado sin palabras. No solía mentir, ni en los negocios ni en su vida privada porque era, al fin y al cabo, un hombre rico y triunfador, aunque podía darle al palique como el mejor.

Tenía una mente rápida y con gran capacidad de improvisación. Un agente del FBI al que parecía gustarle mucho aquella farsa le había hecho estudiar su nueva identidad.

Sería Emmet Tomashefski y, en el vuelo desde Nueva York, había repasado los detalles mundanos de la vida del tal Emmet: curriculum profesional, formación académica, familia...

Había memorizado la historia al completo, pero en ese instante era incapaz de expresarla con palabras.

Cuando Bella vio que Edward no respondía, emitió un gruñido de impaciencia y dijo:

—Emm y yo venimos de Phoenix. —Lo miró con dureza para recordarle que tenían una historia a la que ceñirse contra viento y marea—. Emmet sufrió un accidente laboral en la fábrica y está de baja. Hemos decidido pasar un par de meses aquí, arreglando la casa. Después, si el encuentra trabajo en Forks, le compraremos la casa a mi hermano y nos quedaremos.

—¡Oh, eso sería estupendo! Al barrio le vendría muy bien sangre joven como la de ustedes. —Alice sonrió, contenta de veras—. Y ustedes dos, son tan encantadores...¿cuánto tiempo lleván casados?

¿Casados?

La palabra resonó en la cabeza de Edward y se asentó en su estómago como una langosta en mal estado. Salió de sus cavilaciones y se encontró frente a Bella que, con los brazos cruzados en el pecho, le indicaba con la mirada que se ciñese al programa. En las últimas veinticuatro horas, había apreciado más de una vez esa mirada. Sólo veinticuatro horas y ya sabía que aquella mujer era tan obstinada como eficiente. Y tan eficiente como atractiva.

Aquel pensamiento lo acosó a hurtadillas y sin previo aviso. No se trataba de que no hubiese advertido hasta entonces los obvios atributos de Bella: unos ojos más grises que azules, un cabello que, con aquella luz, se veía surcado por reflejos color miel, un cuerpo sólido pero bien proporcionado. Claro que lo había visto, nada más conocerla, pero durante las últimas veinticuatro horas había tenido muchas cosas en las que pensar.

El pulcro aspecto de la agente especial Swan había quedado relegado a un rincón de su mente, pues tenía problemas más acuciantes a los que atender, como el evitar que unos matones a sueldo acabasen con su vida, o el haber tenido que alejarse de un imperio económico que dependía de él para existir.

Y después estaba la cuestión de Jacob Black. Edward se sentía deprimido. Se había hundido desde lo más alto de una montaña a un punto tan por debajo del nivel del mar que no podía medirse.

Y sabía que Bella no era en absoluto responsable de todo aquello. La agente se limitaba a hacer su trabajo, pero Edward tenía que echarle la culpa a alguien. Por la vestimenta, por las gafas, por el corte de pelo y por la casa.

Con una lucidez que sólo pudo atribuir a una mezcla de estrés, conmoción, fatiga y una profunda comprensión de lo absurdo de la situación,Edward tomó una decisión.

¿Acaso la agente Swan no quería que se apuntase al juego? Lo mínimo que podía hacer por ella era complacerla.

Con una sonrisa presumida y un gruñido gutural, se acercó a Bella y le pasó el brazo por la cintura. Ella dio un respingo. Fue una reacción más intensa que la del día anterior, cuando se enfrentó al falso repartidor. Al recordarlo, Edward se sintió halagado y apoyó la mano en la cadera de Bella. Para que todo pareciese más auténtico, le dio un pequeño pellizco y guiñó un ojo a Alice.

—Estamos recién casados, por lo que espero que comprendas que nuestro deseo es pasar mucho tiempo solos.

Alice se sonrojo y Bella se puso lívida como la cera. La vecina soltó una risita y se hizo a un lado para que subieran las escaleras. Al llegar arriba, Edward observó cómo Bella buscaba las llaves en su bolso.

—Recién casados? —le murmuró ella, soltando una maldición—. No recuerdo haberlo leído en los informes.

—No, yo tampoco —replicó Edward—. Pero tienes que reconocer que es una brillante estrategia. Si los vecinos se preguntan por qué salimos poco de casa, podemos decirles que nos pasamos la vida en la cama.

—¿En la cama? —A Bella se le cayeron las llaves al suelo del porche.

Aturdida de miedo o ante semejante perspectiva, o tal vez por ambas cosas, se quedó inmóvil y con la mirada perdida. Se recuperó al momento, pero Edward tuvo tiempo de estudiar sus labios entreabiertos y preguntarse si su sabor estaría a la altura de su belleza.

Luego dejó que su mirada se posara en sus mejillas encendidas. Con una sacudida de cabeza que hizo oscilar su cola de caballo, Bella volvió a la realidad y se agachó para recoger las llaves.

De no haber estado disfrutando tanto de la situación, Edward la habría ayudado. Tras veinticuatro horas de inconvenientes, molestias y agravios, resultaba agradable saber que su poder de fascinación seguía intacto, incluso con la agente Swan.

Bella se arrodilló para buscar la llave bajo una oxidada mecedora. Al ver su espalda y sus sinuosas nalgas, a Edward se le ocurrió otra idea. Una lenta sonrisa se formó en la comisura de sus labios. Los cuatro meses siguientes tal vez podrían ser soportables, podría incluso pasarlo bien.

En esa ocasión fue Edward quien soñó despierto, Bella logro sacarlo de ese estado con un gruñido de satisfacción. La vio ponerse en pie, contenta, con la llave en la mano, dispuesta a encajarla en la cerradura.

—¿ No vas a entrarla en brazos? —La pregunta de Alice era por completo inocente, aunque tan sutil como una granada de mano. Ambos quedaron petrificados.

Antes de que Bella pudiese decirle que no lo hiciera, Edward se acercó a ella y le sonrió.

—No estaría bien decepcionar a los vecinos, ¿verdad? —le preguntó.

—No se atreverá.

¿Qué era aquello? ¿Una advertencia o un reto?

Edward no tardó en decidir que no tenía la más mínima importancia. Siendo prudente y no aceptando los retos no habría llegado a la posición que ocupaba. Sin pensarlo dos veces, tomó a Bella en sus brazos.

—¡Ya veran cuando se lo cuente a Jasper! —gritaba y aplaudía Alice, al tiempo que ellos entraban en la casa.

Para su sorpresa, Bella era muy ligera pero estaba tiesa como un palo.

—Relájate, cariño —le aconsejó el con una sonrisa—. No nos interesa que los vecinos empiecen a chismorrear.

—Me relajaré cuando me deje en el suelo. —Bella lo miró enfurecida.

Edward abrió la puerta de un codazo y saludó a Alice. Luego entró y la cerró de una patada.

—Ahora mismo lo ha...

El zapato de Edward se enredó en el borde de la moqueta. Tropezó, resbaló y casi cayeron al suelo.

Bella gritó de sorpresa y Edward intentó mantener el equilibrio.

Al cabo de un par de segundos, cuando lo consiguió, vio que Bella se había abrazado a él con fuerza y que el rostro de la agente estaba a pocos centímetros del suyo. Aunque las cortinas del vestíbulo estaban corridas, supo que tenía los ojos totalmente abiertos y que sus pupilas eran pozos profundos que reflejaban un rostro tan sorprendido, asombrado e intrigado como el de ella.

La respiración de Bella era el contrapunto perfecto a los jadeos de él y su cuerpo...

Edward bajó la mirada hasta el unicornio rosa de la camiseta, aplastado contra el logotipo de la cerveza. De repente, ya no pensaba que el unicornio fuese alegre. Se había puesto a pensar en su nueva identidad y en aquella comedia de recién casados que estaban interpretando y otras palabras llenaron su mente, sofocando «alegre», así como el resto de pensamientos lógicos.

Palabras como «suave», «caliente», «aterciopelado».

Palabras como «pasión». Y una descarga de fuego estalló en su interior.

Al mismo tiempo, estrechó a Bella contra sí y esbozó una sonrisa.

—Te dejaré en el suelo —murmuró— cuando haya terminado.

Edward no supo precisar qué ocurrió a continuación. Sintió que Bella se tensaba y la vio revolverse y soltarse. Al cabo de un momento, estaba en el suelo, frente a él.

—Déjese de tonterías, Cullen!. —La voz de Bella era tan fría como su mirada—. Su numerito en plan Romeo no me impresiona lo más mínimo. En realidad, me parece justo que sepa que yo no quería esta misión!!


—Pues no entiendo por qué. —Edward echó un rápido vistazo a su alrededor — A pesar de las pocas comodidades que ofrece esta casa, tiene que ser uno de los mejores trabajos que te hayan asignado en el FBI. Cuatro meses de relax y descanso. Además, llevarse bien conmigo es sencillo. —Se encogió de hombros. Tal vez estaba deseoso de que Bella lo castigara o quizá nunca se rendía, y lo que hizo fue dedicarle una de esas sonrisas que derretían el corazón de cualquier mujer a cincuenta metros de distancia—. El mundo está lleno de chicas bonitas que venderían su alma a cambio de tener la oportunidad de pasar todo el verano conmigo.

—¡Por favor! Dejemos las cosas claras, Cullen. Yo no me he graduado en la Academia para hacer de canguro de un playboy caprichoso. Fue Charlie quien insistió en que aceptara este trabajo. Y cuando el insiste en algo, los que lo tenemos como jefe le hacemos caso. Él cree que será ventajoso para mi carrera.

—¿Y tú no lo crees?

Bella frunció los labios, con la cabeza inclinada hacia un lado.

—Cuando Charlie me explicó sus planes, le encontré ventajas. Pero supongo que es justo que le diga que se trataba de usted o del oso Smokey .

Edward no entendió sus palabras.

—¿Qué has dicho?

—El oso Smokey —repitió Bella. A Edward le hubiese gustado que la iluminación de la sala hubiese sido mejor. Juraría que la chica había esbozado una sonrisa de satisfacción—. Es la manera que tiene Charlie de recordarnos que, por desagradable que sea una misión, siempre las hay peores. —Se volvió y se dirigió hacia las escaleras.

Edward caminó un par de pasos pero decidió que sería mejor no seguir a una enojada agente del FBI por una escalera a oscuras. Se plantó al comienzo de éstas y le gritó:

—¿El oso Smokey? ¿Qué tiene que ver todo esto con el oso Smokey?

Durante unos segundos pensó que Bella no respondería. Oyó sus pasos recorriendo el pasillo del piso superior y luego volvió al descansillo. Se apoyó en la barandilla y lo miró desde lo alto.

—El FBI se encarga de investigar los usos no autorizados de la imagen de Smokey. Abrimos expedientes de cada una de ellos y los vamos actualizando.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que Charlie me hizo una oferta y no pude rechazarla. —Bella soltó un bufido de irritación—. O pasar el verano con usted o comprobar todos los expedientes del caso Smokey.

Antes de que Edward llegase a comprender lo que eso significaba, la agente dio media vuelta y desapareció por el pasillo. Al cabo de unos segundos, oyó que se cerraba una puerta.

Sorprendido y todavía dolido por su rechazo, Edward miró hacia lo alto de las escaleras y dijo las primeras palabras que se le ocurrieron al espacio vacío que ella había ocupado.

—¿De veras?

Era un comentario estúpido, sobre todo porque procedía de un hombre que tenía fama de ser muy agudo pero, en ese momento, a él no le importó.

Exasperado, Edward alzó la voz para que Bella pudiese oírlo desde el piso superior.

—Como mínimo, soy más atractivo que ese oso.

—¿Quién lo dice? —La voz de Bella sonó amortiguada tras la puerta.

Edward se defendió instintivamente. Era algo ridículo, por supuesto. Estaban peleando por una tontería.

—¡Mi pelo es mucho mejor! —vociferó, mesándose los cabellos. Se sintió deprimido. Sí, su pelo había sido mucho mejor antes de haber caído en manos de aquel peluquero. Se tragó la vergüenza y lo intentó de nuevo—. ¡Yo tengo mejor gusto!

En el piso de arriba se abrió una puerta y, al cabo de un instante, vio aparecer la figura de Bella en el descansillo.

—¿Está seguro? ¿Se ha mirado al espejo, últimamente? Comparado con usted, Smokey parece recién salido de la revista GQ.

Edward se negaba a que lo derrotasen. En los negocios nunca perdía y no estaba dispuesto a que ahora, Bella o el oso Smokey, lo derrotasen.

—¿Del GQ? ¡Bah! En esa revista nadie lleva un sombrero tan idiota.

Aunque se encontraba en la planta baja, vio que los hombros de Bella se tensaban. Estaba tan enfadada como él y dispuesta a hacer una montaña de un grano de arena.

—Mira, amigo, el sombrero es algo que el oso tiene que llevar. Forma parte de su imagen. Y si te metes con su imagen...

—Bien. Me gusta que me tutees.... Si me meto con su imagen, el FBI me arrestará... Menudo cuento.

Quería provocarla y lo había conseguido. Bella bajó las escaleras furiosa, y se detuvo en el penúltimo peldaño para poder mirarlo cara a cara.

—Sí, claro, el FBI es un cuento —le dijo—. Si no fuese por nosotros, tendrías otras muchas cosas de las que preocuparte, no sólo de compararte con Smokey.

Algo le dijo a Edward que ya se había comparado con el oso.
Atrapado por sorpresa debido a la proximidad de Bella y al aroma de su perfume barato, algo que debía de formar parte de su nueva identidad, se permitió mirarla despacio, desde sus enrarecidos ojos hasta las caderas, donde había apoyado las manos. Llevaba una camiseta que le iba grande pero se le pegaba al cuerpo y revelaba una cintura delgada y unos pechos redondeados, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Cuando volvió a mirarla a los ojos, sus mejillas estaban más rojas que el unicornio.

Edward se acercó hasta que sus labios casi se rozaron.

—¿Sabes una cosa? Puedo ser mucho más entretenido que ese oso.

Bella no retrocedió ni se sobresaltó. Mantuvo la mirada clavada en la de él y se humedeció los labios con la lengua.

—¿Sabes una cosa? —preguntó a su vez—. El oso es más encantador que tú.

Corrió de nuevo escaleras arriba y cuando Edward oyó cerrarse la puerta otra vez, supo que ya no volvería a abrirse en mucho rato.

Se volvió y se sentó en el primer escalón, con los codos en las rodillas y la barbilla entre las manos. No era posible, nada lo era. No sólo iba a permanecer encerrado en aquella casa de los horrores durante cuatro meses sino que acababan de compararlo con el oso Smokey.

Lo habían comparado y había salido perdiendo.
Edward se descubrió pensando, sin proponérselo, en la famosa frase del oso: «¡Sólo tú puedes prevenir los incendios forestales!»

—¿Prevenir los incendios forestales? —gruñó, entre dientes, incrédulo—. Ya ves, amigo Smokey, si ni siquiera soy capaz de provocar una chispa...


* * *

Espero les haya gustado ...yo me rei a cacajadas cuando comenzaron a pelear...jajajaja que tamaña tontera

Besos las quiero

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Primeraaaaa =D Jajaja q monos son peleandose!! Me a gustado muxo Neny, esta muy entretenida esta historia. ¿Caera Bella a los encantos de Edward?? Espero q si ^^ Q ganas tengo d ver como sigue =) Escribes genial
Gracias y besos
Bárbara

Electrica Cullen Black dijo...

Me encanto la pelea y la forma en que Bella le para los pies cuando la tiene en brazos y en las escaleras.
Lo describes tan bien que podía ver a Rob y a kristen como en una pelicula. Cada gesto, cada expresión... Niña, te lo digo de corazón, después de leer esto me pasa como con los fics de Jazzy, Kokoro y Naty, me avergúenzo de los míos.

Afilianos ^^

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