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Las Incondicionales

jueves, 26 de noviembre de 2009

III Lavanderia






—¡Arriba, Romeo!
La puerta del dormitorio de Edward no estaba del todo cerrada y, cuando Bella llamó con los nudillos, se abrió. El Aún dormía a pierna suelta.

Como, de forma oficial, Edward era el invitado de honor en aquella charada, le habían asignado el dormitorio más grande, y como aquélla era la habitación que se suponía que Rose y Emmett iban a ocupar, se había instalado en la cama de matrimonio.

Gracias a la escasa luz matutina que se colaba entre los arrugados bordes de la cortina, Bella vio que Edward dormía en el lado derecho, repantigado en las almohadas y con las sábanas de rayas verdes y azules cubriéndole hasta los hombros. Tenía un brazo debajo del cuerpo y el otro tendido en el espacio vacío que había a su lado.

Bella gruñó entre dientes y estiró el cuello. Había dormido sobre un colchón lleno de bultos en una de las camas de su habitación, a poca distancia de la de Edward. No sólo envidió la gran cama que él ocupaba sino que él fuese capaz de dormir como un niño. Al mirarse al espejo del baño aquella misma mañana, Bella había visto el reflejo de una mujer que había pasado la noche dando vueltas en la cama sin apenas pegar ojo.

No quería pensar en ello. No deseaba revivir aquellas horas plagadas de conjeturas.
Había visto cambiar una a una las horas en la radio despertador y se había preguntado por qué había aceptado aquel trabajo. Bajó las mantas, luego volvió a subírselas hasta el cuello y pensó en Edward Cullen.

No en Edward Cullen, el playboy guaperas de las revistas, el que miraba con descaro a las cámaras y sonreía. Tampoco en el Edward Cullen, magnate de los negocios, que dirigía todos y cada uno de los movimientos de una empresa internacional.

Pensó en el auténtico Edward Cullen, el que durante el escaso tiempo que habían compartido, había hecho gala de arrogancia, impaciencia y descortesía incluso hacia un ídolo nacional como Smokey, así como de unas dotes de conquistador que habían hecho estremecer a la agente especial más sensata de todo el Departamento de Justicia cada vez que la había mirado.

No era aquél un pensamiento tranquilizador, y Bella hizo todo lo posible para apartarlo de su mente. Tumbada en la cama, recordó que el viaje desde Nueva York había transcurrido, por suerte, sin incidentes, y eso la relajó. Pero, en el momento en que cerró los ojos, vio el rostro de Edward. Rememoró el tácito desafío que brillaba en sus ojos cuando anunció que estaban recién casados, la sonrisa sesgada y engreída que le había dedicado al alzarla en sus brazos. Bella recordó el ronroneo de su voz en la penumbra de la sala: «Te dejaré en el suelo cuando haya terminado


Aunque el sol ya había salido, aquellas palabras provocaron un estremecimiento en su columna vertebral, igual que el que había notado durante las horas de insomnio de la noche anterior.

—Es trabajo, no diversión. —Se repitió las palabras tantas veces que casi se convirtieron en una especie de mantra. El trabajo consistía en velar por la vida de Cullen. En cuanto a la diversión, Bella tendría que renunciar a ella. Algún día, echaría la vista atrás y se preguntaría cómo pudo hacerlo. Algún día, se daría cuenta de que había dejado escapar la oportunidad de hacer realidad la fantasía de toda una vida. Algún día, cuando pudiera hablar libremente del caso, les explicaría a sus amigos cómo había pasado el verano, y cuando eso ocurriese, sus amigos se quedarían boquiabiertos y la asaltarían a preguntas.

—¿Dejaste pasar la oportunidad de saltar a la cama de Cullen? ¿Estás loca?
Tal vez sí lo estaba, pero no era estúpida.

La mente de Bella tomó una decisión aunque su cuerpo no estaba del todo de acuerdo.

Depositó el cesto de la colada en el suelo y llamó de nuevo a la puerta de Edward.
Al no obtener respuesta, entró en el dormitorio.

Bella se deslizó entre la cama y el vestidor que había ante ella.
—¡Eh! —Reacia a acercarse demasiado o a arriesgarse al contacto, se mantuvo lo más lejos que pudo de la cama, erguida, y tocó la espalda de Edward con un dedo—. ¡Eh, arriba!

Edward murmuró unas incomprensibles palabras. Luego siguió durmiendo.
La vacilación de Bella se disolvió bajo una sana dosis de irritación. En la habitación había una sola ventana y se acercó a ella. Tiró de la cuerda de la persiana interior, que saltó hasta el techo con un chasquido y levantó una nube de polvo.

Edward se sentó en la cama como movido por un resorte.
—¿Qué demonios...?

Bella se echó a reír. Con la persiana levantada, el sol inundó el dormitorio y barrió la alfombra de color azul desvaído, rozó las paredes color crema y brilló de lleno en el lugar que las sábanas habían ocupado para mostrar, de cintura para arriba, un cuerpo de perfecta musculación, proporciones exquisitas y un magnífico bronceado.

A Bella se le heló la sonrisa en los labios. Trabajo, no diversión, se recordó, pero al instante descubrió que evitaba los ojos de un sorprendido Edward, aún medio dormido, y los suyos vagaban por la mata de vello negro de su pecho y los hombros que habían inmortalizado las revistas del corazón: Edward en bañador, Edward de gimnasta, Edward en una bañera con una supermodelo más famosa por su belleza que por su cerebro.

Trabajo, no diversión. Las palabras sonaron menos seguras; más aun cuando sus ojos se posaron en las sábanas enrolladas alrededor de la cintura de Edward.

Desde donde ella estaba, las sábanas dejaban una abertura por la que se apreciaba el delgado contorno de su cadera y la solidez y longitud de la pierna.

A Bella nunca se le había ocurrido pensar que durmiese desnudo. Fue presa de la vergüenza y sus mejillas se encendieron, así como se encendieron otras partes de su cuerpo en las que, en esos momentos, no quería siquiera pensar. Antes de que Edward supiese lo que había visto y cuál había sido su reacción al verlo, se dirigió hacia la puerta a toda prisa.

—Vamos —le dijo—. Hay que ponerse en marcha.

—¿En marcha? —La voz de Edward sonó adormilada y confundida—. ¿Dónde vamos?

Ella no se dignó a contestar. Agarró el cesto de la ropa sucia y con él en las manos abrió la puerta de su cuarto La cerró y apoyó la espalda en ella, con el rostro ardiendo y la respiración tan acelerada como si hubiese corrido un par de kilómetros.

Permaneció quieta hasta que oyó la puerta del cuarto de baño y el agua correr. Entonces, tragándose la vergüenza, maldijo su hiperactiva imaginación, su libido sobrecargado y la seguridad en sí misma que le hacía pensar que podía entrar en el dormitorio de Cullen sin tener que atenerse a las consecuencias.

Cruzó la habitación, dejó el cesto de la ropa sobre la cama y se acercó a las maletas con las que había viajado desde Nueva York. No se molestó en mirar la ropa sino que la metió toda, puñado tras puñado, en el cesto de la colada. Cuando ya había vaciado la primera y se disponía a hacer lo mismo con la segunda, la puerta se abrió de repente.

—¿Dónde vamos?

Bella apretó los dedos alrededor de una camiseta de color naranja que acababa de sacar de la maleta. Respiró hondo para tranquilizarse, deseó que el rubor hubiese desaparecido de sus mejillas y se volvió.

Por suerte para su compostura y su determinación, no estaba desnudo, pero por desgracia, la elección del vestuario dejaba mucho que desear.

Lucía un pantalón corto de deporte color negro qua no le cubría demasiado. Su origen era una tienda de segunda mano, como toda la ropa que ambos habían traído consigo. La cinta elástica de la cintura estaba deformada y los pantalones le caían sobre las caderas. Llevaba el cabello mojado y peinado hacia atrás y eso, más la barba de un día, le otorgaba a su rostro un aspecto huesudo y angular. No se había molestado en ponerse camisa ni zapatos y, bajo el sol de la mañana, en el vello de su pecho brillaban como diamantes unas cuantas gotas de agua.

Y sus ojos también brillaban, maldito fuera.

Se adentró un par de pasos en la habitación. Si se sentía incómodo, no se le notaba. Miró a su alrededor, juzgándolo todo, desde la cómoda individual con todos los cajones abiertos hasta las maletas de Bella en el suelo.

—¡Dime que no es cierto! —Edard se llevó las dos manos al corazón teatralmente—. Rose, amor mío, no habrás pensado abandonarme, ¿verdad?

—No seas idiota. —Bella pensó que tenía que estar agradecida de que lo fuese. Le hizo recordar qué estaban haciendo exactamente allí o qué se suponía que tenían que hacer. También le recordó lo pelmazo que Edward Cullen podía llegar a ser. Con una mirada que expresaba exactamente eso, terminó de vaciar la maleta en el cesto y anunció—: Vamos a la lavandería.

No imaginaba que Edward pudiese quedarse sin palabras. Cuando el falso repartidor de pizzas había sacado la pistola, Edward había mantenido su proverbial aplomo. En cambio, en esos momentos, la miraba boquiabierto e incrédulo. Pensaba que Bella bromeaba.

Bella sonrió y metió la mano en los bolsillos interiores de la maleta.

—No sé tú, pero yo no voy a ponerme toda esa ropa sin haberla lavado. —Con dos dedos sacó una impactante prenda de vestir. Era una camisa o eso parecía, una camisa de encaje de lycra. Era horrible y su bilioso color chartreuse era aún más desagradable. Era de manga larga muy ajustada y con escote redondo. Quien hubiese escogido aquello en la tienda no conocía a Bella. Era, por lo menos, dos tallas más pequeña que la suya. Extendió el brazo con la camisa colgando de los dedos y arrugó la nariz—. A saber dónde ha estado esto y quién lo ha llevado. A ti tal vez no te importe, pero yo me sentiría mejor si mi ropa estuviera en contacto con un buen detergente y un poco de lejía.

—¿Y luego te la pondrás?

Bella no comprendía qué quería decirle. Vio entonces que la mirada de Edward se desplazaba de la camisa de encaje a la parte delantera de la sudadera que llevaba puesta en esos momentos sobre los vaqueros. Arqueó despacio las cejas y dijo:

—Tengo que reconocer, agente Swan, que con esa camisa de encaje...

—¿Estaría horrible? —No quería darle la oportunidad de fascinarla, ya que temía que, en uno de sus intentos, le funcionase. Por eso decidió pararle los pies antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo. Tiró la camisa de encaje al cesto, cerró la cremallera de la maleta y la metió debajo de la cama—. ¿Era eso lo que ibas a decir? —Aquello bastó para recordarle a Edward que debía recobrar la sensatez.

—No... Iba a decir que no parecerías en absoluto una agente especial. —Sonrió, satisfecho de sus palabras—. Era eso lo que iba a decir...

—Bien. —Bella agarró el cesto de la colada—. Si no quieres lavar la ropa, es cosa tuya —le dijo. No tuvo que fingir. En realidad, le importaba un bledo que Edward quisiera o no lavar su ropa—. Si crees que no es necesario lavarla antes de ponértela...

—Bueno, sí, claro que sí. —Como si buscara a tientas una explicación lógica, añadió—: Cuando salgas, la recoges y te la llevas a la...

—¡Ah, no! —lo interrumpió Bella—. Mira, "Romeo", dejemos las cosas claras. Jugaremos a las casitas durante todo el verano pero eso no significa que acepte hacer el papel de la mujercita. No voy a ordenar lo que tú desordenes y mucho menos lavarte la ropa.

—Pero...

—Si la quieres limpia, te la lavas. Si no la quieres limpia, tú verás. —Se encogió de hombros y se dirigió a la puerta.

Edward le cerró el paso. Bella no podía creerlo. Incluso con aquellos deformados pantalones de deporte parecía el presidente de un consejo de administración. Sus ojos resplandecieron con un brillo que a ella le recordó el centelleo del sol sobre el granito. El cruzó los brazos en su pecho.

—La haré limpiar. Cerca de aquí tiene que haber una tintorería o una lavandería que recojan y entreguen a domicilio.

—¿Con nuestros ingresos? —rió Bella-. Perdona, pero eso no está en el guión.

—Pues yo no iré a una lavandería de autoservicio. —Edward frunció los labios—. No y no.

—Pues tendrás que hacerlo. —Antes de llegar a la puerta, Bella se acordó de su bolsa de mano. Dejó el cesto en el suelo y se acercó a la cama. Se arrodilló y tiró de la bolsa. Sacó un libro de su interior y lo dejó en la mesita de noche. El FBI había hecho una concesión y le había permitido llevar ropa interior nueva así como calcetines. Se sentó en el suelo y se dedicó a abrir los envoltorios de plástico con los dientes. Cuando terminó, extrajo su contenido, las únicas cosas que serían realmente suyas durante los cuatro meses siguientes: nueve pares de bragas blancas de algodón y nueve pares de calcetines—. Una de las reglas de nuestro juego es que donde tú vayas, voy yo. ¿Lo recuerdas? —le preguntó—. Y cuando yo vaya a alguna parte, tú vendrás conmigo, aunque se trate de la lavandería. No puedo correr el riesgo de dejarte solo.

—¿El riesgo? —Preocupado y reacio a demostrarlo, Edward se acercó a ella. Era una estrategia muy pobre y Bella lo sabía. Edward estaba de pie y ella sentada en el suelo. Eso le daba ventaja. Podía levantarse, por supuesto, pero si lo hacía, estaría demasiado cerca de sus brazos y de su torso desnudo y de las caderas que asomaban por encima de la cinturilla de sus pantalones cortos. Decidió no moverse

—. ¿Qué posibilidad existe de que alguien me encuentre aquí, en este agujero cochambroso? —Edward dio unos pasos hacia la puerta y regresó de nuevo. Las tablas del suelo crujieron bajo su peso—. Tú dijiste que éste era el escondite perfecto. Jamás me descubrirían, tú lo dijiste. Así que ve tú sola a la lavandería y...

—Imposible. —Bella recogió los envoltorios de plástico uno a uno y los lanzó a una papelera que estaba al otro lado de la habitación. No falló ni un solo tiro. Cuando El estuvo a una distancia prudencial, se puso en pie y se sacudió los pantalones
—. Tengo órdenes muy estrictas. Yo iré donde tú vayas, tú iras donde yo vaya. Si no te veo, no puedo protegerte y eso significa que tengo que tenerte siempre a la vista.

—Pues anoche me dejaste solo.

Bella se negó a morder el cebo y a aceptar la sugerente media sonrisa que Edward le dedicaba, respondiendo a ella con los labios apretados.

—En la casa hay un sistema de alarma, pero es de suponer que eso no lo sabe nadie. Además, en este dormitorio estoy más cerca de las escaleras. Si se presentan los malos, los detendré antes de que lleguen a tu cuarto.

—Estoy seguro de que lo harás.

Ése era el máximo cumplido que había recibido de él y decidió no replicar. Metió los calcetines y la ropa interior junto al resto de prendas y alzó el cesto.

—¿Listo? —preguntó.

Alex no respondió. Se volvió y lo descubrió hojeando el libro que había dejado sobre la mesilla de noche.
—Extrañas libertades, de Jacob Black- ¿Lo estás leyendo?

Recordó que, estando en Nueva York, Edward había demostrado su apoyo a Black. A ella no le parecía mal, ya que Black era un hombre de principios. Atraída por su fama, por no mencionar el hecho de que todo el mundo hablaba de él, entró en una librería y pagó 26,95 dólares por Extrañas libertades. Quería saber de qué iba todo aquello.

—Sí, lo estoy leyendo.—Bella intentó hablar de Black como lo hacía todo el mundo. —. Yo no soy de esas que compran un libro sólo porque el autor sea famoso. Black es un gran hombre. —Eso, como mínimo, era cierto y a Bella no le avergonzó admitirlo. Su siguiente frase no iba a ser tan sincera. Escondió la mano tras la espalda y cruzó los dedos—. Black es un escritor brillante.

Edward no respondió, al menos de momento. Pareció que iba a hacerlo pero abrió la boca y volvió a cerrarla al instante. Era como si no supiese qué decir: expresar su desacuerdo o admitir a desgana que ella estaba en lo cierto. No lo aclaró. En lugar de eso, siguió hojeando el libro.

—Es muy intelectual. Lo que escribe es muy denso. —Edward la miró con una chispa de desafío en los ojos—. ¿Crees que Rose Tomashefski leería algo así?


Bella alargó el brazo y le arrebató el libro.
—Nadie lo verá —dijo, apretando el libro contra su pecho como para protegerlo—. Y además... —No estaba dispuesta a reconocer que había dejado el libro en su bolsa de mano después de un viaje de fin de semana a Denver. Como no estaba ansiosa por terminarlo, se había olvidado por completo de Extrañas libertades—. Ya he leído la mitad —añadió, aunque tampoco era verdad. Había terminado el primer capítulo, eso sí, pero después de treinta y seis abrumadoras páginas, todavía no sabía de qué trataba ni pensaba tomarse la molestia de seguir leyendo—. Tengo que descubrir qué ocurre... No traerlo conmigo habría sido injusto.

—Lo único que ocurre es que ese intelectual no encaja con la forma de ser de nuestros personajes. —Edward asintió, como si corroborara algo. El amago de una sonrisa se dibujó en sus labios—. Tú, agente especial Isabella Swan, tienes una vena rebelde, ¿verdad? Nadie sabe que has traído ese libro.

Bella tuvo que contener la risa. ¿Agente especial Isabella Swan? ¿Rebelde? Si sus compañeros de la Academia oyesen aquello, se partirían de risa. Si había algo por lo que no destacaba era precisamente por su rebeldía. Era una agente muy cumplidora y se enorgullecía de ello.

Pero Edward no tenía por qué saberlo pues, si lo admitía, debería reconocer también que era tan superficial como los demás lectores que entraban en las librerías y gastaban el dinero que tanto les costaba ganar en libros que ni siquiera eran buenos.
—Nadie sabe que he traído el libro —repitió Bella, con la esperanza de cambiar de tema cuanto antes. No estaba segura de poder fingir por más tiempo. Para librarse de aquella idea y del libro, abrió el cajón de la mesilla de noche y metió Extrañas libertades dentro. Algo le dijo que, cuando hiciera las maletas para regresar a Nueva York, el libro se quedaría allí, intacto y sin haberlo terminado—. ¿Vas a delatarme a la policía?

—¿Vas a obligarme a que vaya contigo a la lavandería?

Bella suspiró aliviada. Habían regresado a tierra firme, a un terreno que no entrañaba literatura jeroglífica llena de imágenes incomprensibles y mensajes ambiguos.

—No te olvides las gafas —le dijo a Edward.
Él accedió a regañadientes. Con un hondo suspiro, seguido de un gruñido, se dirigió hacia la puerta con el cesto de la colada en las manos. Ya estaba en el pasillo cuando Bella oyó un largo y agudo silbido.

Ella advirtió, demasiado tarde, que había cometido un error. Hizo acopio de fuerzas, se tragó el orgullo y salió.

Encontró a Edward de pie ante la puerta del dormitorio. El cesto de la colada estaba en el suelo y Alex estaba boquiabierto. Tenía un camisón de raso blanco entre los dedos.

Mientras ella lo miraba, alzó la prenda en el aire, formando una cortina entre ambos. Observó las finas tiras que lo cerraban y se lamió los labios. Luego miró el escote del camisón y tragó saliva al ver que tenía una abertura que iba desde la base hasta la altura de la cadera. Guiñó un ojo a Bella y le preguntó:

—¿Tienes algún plan del que no me has hablado?

—El único plan que tengo es velar por tu vida —respondió Bella con las mejillas encendidas.
—Pues con ese camisón no lo conseguirás. —Sacudió la cabeza y la miró de un modo que a Bella se le puso la carne de gallina—. Si te lo pones, sufriré un ataque al corazón y...

—No me des ideas. —Le arrebató el camisón y volvió a meterlo en el cesto de la colada. No le resultó fácil ahuyentar las deliciosas ideas que asaltaban su mente ni apagar el lento fuego que calentaba su sangre—. Y no te hagas ilusiones porque no pienso ponérmelo nunca. Es parte del guión, el tipo de prenda que una recién casada cuelga en el tendedero.

—¿Y lo has traído sólo para colgarlo en el tendedero? —Para hacer acopio de fuerzas, Edward respiró hondo. Luego, sacudió la cabeza, se volvió sobre sus talones y entró en su cuarto sin añadir una sola palabra. Aunque Bella lo oyó murmurar algo que sonó como «Qué largo va a ser este verano».

Iba a ser un verano terriblemente largo.

Las máquinas, pegadas a la pared, chapoteaban cada una a su propio ritmo. Había conseguido instalarse enfrente de la que Bella había llenado con su ropa, por lo que pudo ver al alegre unicornio rosa girar junto con dos pantalones amarillos hasta desaparecer tras una nube de burbujas y dejar paso al camisón blanco.

Flotaba tal como lo había visto en su imaginación cuando lo encontró en el cesto de la ropa.

Bueno, no exactamente del mismo modo, se corrigió. Al imaginar el camisón, lo había visto con Bella dentro. Y cuando imaginó a Bella con el camisón puesto, se vio a sí mismo quitándoselo, desatando las tiras una a una.

Incómodo debido a aquellos pensamientos y a las imágenes que evocaban en su mente, se revolvió en el banco y dejó escapar un sonoro gruñido. Miró de nuevo hacia la lavadora justo en el momento en que volvió a aparecer el camisón blanco. Por fortuna, Bella estaba ocupada doblando unas toallas y no pudo fijarse en su cara de estúpido. Edward se esforzó para que no se le cayese la baba.

¿Qué demonios le ocurría? Actuaba como un adolescente con las hormonas exaltadas.
Cruzó los brazos sobre el pecho. Vestía una ajustada camiseta negra con tejido de malla en la cintura. Había decidido ponérsela, no porque fuera mejor que ninguna de las otras prendas que tenía sino porque no le importaba no lavarla. En realidad, tenía pensado tirarla a la basura tan pronto llegasen a casa.

La ropa que le habían dado o la casa en la que viviría no eran en absoluto de su estilo. Era la primera vez que iba a una lavandería de autoservicio y su forma de comportarse con Bella tampoco cuadraba con su personalidad. Era célebre por su frío refinamiento, su educado ingenio, su elegancia tanto en los negocios como en las diversiones, así como en todo lo que se extendía entre unos y otras. Era un famoso «playboy», por supuesto, pero siempre se había enorgullecido de darle un significado nuevo y original a esa palabra.

Nada de escándalos. Nada de relaciones complicadas con mujeres casadas o inestables. Nada de unirse a damas que buscaran publicidad. Nada de adolescentes menores de edad ni de actrices maduras que intentasen revivir sus años de gloria gracias a un romance con alguien atractivo para las cámaras.

Y allí estaba, intentando convencer a una mujer que, a todas luces, no estaba interesada en si él era el Romeo de la prensa del corazón. Aquello, en sí, ya era malo, pero, para empezar, Bella no era su tipo de mujer.

Le gustaban altas y delgadas. Bella medía unos treinta centímetros menos que él. Tenía una buena cabellera, bonitos ojos, un cuerpo firme, de complexión mediana, lindo pero no extraordinario, un físico que, aunque no detendría el tráfico, tenía las curvas de rigor en los sitios adecuados.

Le gustaba que sus mujeres fuesen elegantes y originales. Que se sintieran a gusto vistiendo lentejuelas, trajes de seda. Antes de echarle un vistazo al contenido del cesto de la ropa, ya sabía qué tipo de mujer era Bella: bragas blancas de algodón y calcetines de algodón también blancos.

Ella no era su tipo. No lo era en absoluto.
Semejante idea tenía que haberle animado o, cuando menos, aliviado de la carga que entrañaba pensar que tenía que impresionar a Bella, pero el no estaba tranquilo. Las camisetas de malla chocaban de frente con la imagen que, con tanto esfuerzo, se había creado. Las lavanderías llenas de mujeres en pantalones cortos o bermudas no tenían nada que ver con su sentido de la estética. Tampoco estaba acostumbrado a aburrirse y, en aquel lugar, no había nada que le gustase. Estar allí sentado, ocioso e improductivo, mientras sus negocios estaban parados y sus planes personales en hibernación, no le satisfacía en absoluto.

A Edward le llamó la atención el titular de una de las columnas de portada del periodico que estaba en la silla de al lado: «Black deberá comparecer ante el juez.»

—¡Maldita sea!—gruñó entre dientes.

Tomó una decisión. Guando tuviese que afrontar aquella cuestión y vérselas con la agente Swan, lo haría.

Edward se puso en pie y, como quien no quiere la cosa, se dirigió a la parte trasera de la lavandería, donde sabía que había un teléfono público; había oído a una mujer pidiendo un taxi y a otra pelearse con un tipo llamado Junior al que, por lo visto, le interesaba más el whisky con ginger ale que ella.

El teléfono colgaba a duras penas de una pared de yeso llena de números de teléfono, palabrotas y jeroglíficos, sin duda símbolos de bandas juveniles. Edward agarró el receptor y resistió el impulso de frotarlo contra la camiseta. La camiseta no debía de estar más limpia que el teléfono, por lo que habría sido inútil. Marcó el número de la oficina privada de Seth Clearwather, esperó el tono e insertó la tarjeta prepago en la ranura.

De repente, una mano colgó el aparato. No tuvo que mirar para saber de quién era aquella mano.

Siguió aferrado al receptor y tomó aire muy despacio. Enseguida lamentó haberlo hecho. El lugar olía a calcetines sucios, suavizante para la ropa y a humedad. Aferrado al teléfono con toda la fuerza de su rabia, se volvió.

Los ojos de Bella le sugirieron nubes de tormenta gris claro en el centro y negros como el carbón en los bordes.

—¿Qué estás haciendo? ¿A quién querías llamar? —Hizo todo lo posible por hablar en voz baja, pero en su tono había exasperación, con un puño cerrado a un costado y la otra mano colgando el teléfono para asegurarse de que la conexión se había interrumpido.
—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? —A Edward no le gustaba que se entrometieran en sus cosas. No se molestó en decírselo. Si quería, que lo adivinara—. Quería hacer una llamada, o al menos eso era lo que intentaba. ¿Supone eso un problema para ti?

—Por supuesto. Ya sabes que no te está permitido...

Bella calló lo que iba a decirle porque una mujer acababa de salir del baño. Forzó una sonrisa.
—Te comprendo perfectamente, querida —dijo la mujer, miró a Edward de arriba abajo—. Qué guapo es... Vigílalo bien. Conozco el paño. Primero empiezan a inventar excusas sobre sus llamadas telefónicas, luego tienen que quedarse en el trabajo hasta muy tarde y al final acaban saliendo todo el fin de semana. Con los amigos, dicen. —Miró a Edward, furiosa, y le soltó otra bocanada de humo—. Asqueroso —le dijo.

La mujer se marchó y Edward la miró hasta que llegó junto a un carro de supermercado lleno de ropa. Pensó que a Bella ya se le habría pasado el enfado pero no era así: no se había movido ni había quitado la mano del teléfono.

—Venga —le dijo—. Nos vamos.

Edward no estaba dispuesto a que se saliese con la suya. No podía colgar el receptor hasta que Bella lo soltase. Fingió llevárselo de nuevo a la oreja.

—Tú tal vez te vayas pero yo no. Y ahora, si me permites un poco de intimidad, haré una llamada telefónica.

—No, no la harás. —Edward no esperaba que le quitase el receptor y lo colgara. Fue la única razón por la que claudicó tan deprisa.

—Nos vamos —repitió ella—. Ahora mismo.

—Después de la llamada.
El quiso alcanzar el teléfono y Bella lo agarró por el brazo. Dando la espalda a las grandes cristaleras de la entrada de la lavandería, se hizo a un lado para que Edward viera la calle.

—Mira ese Blazer verde que pasa...

Edward no fue capaz de comprender cómo Bella lo había sabido, pero tenía razón. Un coche utilitario último modelo con los cristales ahumados pasó ante el establecimiento. Tardó unos instantes en comprender por qué Bella lo miraba fijamente a los ojos: veía el reflejo de la calle en sus gafas.

—Es la tercera vez que pasa —afirmó ella.

—Cuando has visto un Chevrolet, es como si los hubieses visto todos —dijo el, encogiéndose de hombros.

—Pero no todos tienen la misma matrícula. Ohio. X de rayos X, Y de yoyó y Z de zapato, seis, uno, uno. Es el mismo coche. Y para mi gusto, conduce demasiado despacio cuando pasa frente al escaparate.

Era todo tan rocambolesco que Edward casi se echó a reír. Entonces se acordó del falso repartidor de pizzas y de las fotos de Aro Vulturi a la puerta de su casa de Long Island. Vio que el Blazer aminoraba la marcha al pasar ante la lavandería y que, después, aceleraba de nuevo.


—¿Y qué quieres que hagamos?

Bella asintió, contenta de que, por una vez, Edward tomase la decisión correcta.

—Tenemos el coche aparcado detrás. Tú quédate aquí. Me haré con el cesto de la colada y buscaremos la salida trasera. —Se dirigió hacia donde había dejado el cesto pero se volvió y miró a Edward—. Ni se te ocurra tocar el teléfono.

No fue la advertencia de la agente lo que le hizo desistir, sino el darse cuenta de que regresaría antes que hubiese marcado el número. Vigiló el escaparate por si el Blazer pasaba de nuevo y esperó a que Bella volviera. La agente enfiló un estrecho pasillo que terminaba en una puerta que daba al aparcamiento trasero. Dejó el cesto en el suelo y, con una seña, indicó a Edward que no se moviera. Salió agachada y con la espalda pegada a la pared del edificio.

Despues de unos minutos ella volvió a la puerta.

—Se han marchado. —Bella miró hacia la calle de nuevo.

El barrio estaba plagado de tiendas, algunas de venta al detalle y otras al por mayor. Se trataba de la zona vieja de la ciudad y, aunque las calles tenían árboles, eran estrechas y estaban congestionadas. Había un constante fluido de tráfico en todas direcciones —Es una tontería quedarnos aquí para ver si regresan. Después llamaré a la oficina y les daré el número de matrícula para que investiguen. Pásame las llaves del coche que están en mi bolso y espérate aquí mientras lo pongo en marcha.

—¡Venga ya! Pero si no han tenido tiempo de poner una bomba. —Edward no sonrió. Lleno como estaba de ropa mojada, el cesto de la ropa pesaba mucho más que antes. Lo alzó con un gruñido y abrió la puerta—. Además, preferiría morirme antes de que alguien supiera dónde he pasado la tarde. Así que, si vuelo por los aires en pedazos, mejor. Al menos no tendré que ver cómo, en mi necrológica, me llaman «el Romeo de la espuma de detergente».

—No digas sandeces.

Bella caminó entre Edward y la calle. Volvió la cabeza varias veces. Miró entre los otros coches estacionados en el aparcamiento e incluso se agachó para inspeccionar una destartalada furgoneta.

El no se dejaba llevar fácilmente por las emociones o la tensión, pero al observar a la agente Swan le resultó imposible no pensar en sus sombrías advertencias. Hasta el camisón, mojado en la parte superior del cesto, no se veía tan atractivo como en la relativa seguridad de su ruinosa casa.

Por las miradas que ella lanzaba a la acera, a la calzada y a los otros coches aparcados, Edward advirtió que Bella sabía perfectamente lo que se hacía. Buscaba señales, pruebas de la colocación de algún artefacto explosivo en los vehículos del aparcamiento, o bien se aseguraba de que un coche que parecía vacío, lo estuviese de veras.

—No sabes cuánto me alegro de no ser el malo.

—¿Qué? —preguntó Bella, inspeccionando el coche que tenían al lado.

—He dicho que me alegra no ser el malo. Eres muy dura cuando es necesario.

—Es mi trabajo.

—Eso no lo dudo. Lo único que digo es que lo haces bien.

Bella se ruborizó. Edward no entendió su reacción. Como cumplido, no era nada del otro mundo, sobre todo si lo comparaba con otras cosas que podría decirle.
Podría decirle que el rosa le sentaba bien. Que el color de la camiseta ponía de relieve el tono cremoso de su piel y que contrastaba a la perfección con sus ojos. Podría decirle que apartarse el cabello del rostro con una cinta elástica, como solía hacer, era una buena idea. Le gustaban las hebras que escapaban de la cinta y la forma en que le acariciaban las mejillas movidas por la brisa. Podría decirle que, ahora que habían logrado huir de los desagradables olores de la lavandería, captaba el perfume que se había puesto antes de salir de casa. Era el mismo perfume que llevaba el día anterior y que, aunque era un olor vulgar, empezaba a agradarle su fragancia. Le recordaba el pomelo. Podría incluso decirle que su forma de mirarlo, con los ojos muy abiertos y los labios lo bastante separados como para dejar a la vista la punta de su lengua sobre los dientes, le hacían pensar que tenían algo que decirse.

Eso era exactamente lo que había decidido comentarle cuando el silencio que los envolvía se vio interrumpido por un fuerte ruido. ¡Bang!

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Ok, espero les guste este capi, de a poco comprendemos que nuestros prortagonistas sienten mas que "un pokito" de atraccion....
Por dios , los dos tienen una gran imaginacion!! jajaja

Chicas espero me puedan comentar si estoy haciendo los capis muy largo o si estan bien asi!.
LAs quiero!!!!

martes, 24 de noviembre de 2009

II FORKS







—No lo dirá en serio...

Edward Cullen se enorgullecía de ser de ese tipo de hombres que rara vez se sorprenden o se estremecen, pero aquello era demasiado.

Se detuvo en mitad de la vieja acera, frente a una casa de dos pisos que, sin duda, había conocido tiempos mejores.

—No voy a entrar ahí por nada del mundo...
—Será mejor que hable en voz baja. —Bella lo tomó del brazo y le dedicó una sonrisa. Era una sonrisa atractiva, o en todo caso lo habría sido de no haber hablado entre dientes.—Ha sido un día muy largo, cariño —añadió, relajando la tensión de las mandíbulas. Echó una rápida mirada a su alrededor—. ¿Por qué no entramos para discutir la cuestión?

—¿Entrar? —Edward echó otro vistazo a la casa. Era de color beige, o al menos lo había sido en otro tiempo. La única ventana de la fachada de la casa estaba sucia, el césped seco, y en medio del jardín había el chasis de un Nova de 1979 colocado sobre unos bloques de cemento. Tanto la casa como el jardín y el coche estaban cubiertos por una capa de óxido rojizo que, para Cullen, habría supuesto un misterio de no haberse fijado en el pequeño patio trasero.

El aspecto del lugar era horrible y su olor aún peor.

—Hasta ahora me he mostrado dispuesto a colaborar —gruñó, y sabía que estaba en lo cierto por más que la agente especial Swan pensase lo contrario y lo demostrase chasqueando la lengua—. He accedido en lo de la ropa —prosiguió, echando un vistazo a los mugrientos vaqueros que le habían dado en la oficina del FBI de Nueva York. La camiseta no tenía mejor aspecto. Estaba totalmente dada de sí en la base y era más larga por delante que por detrás. Anunciaba una marca de cerveza de la que Romero nunca había oído hablar—. He accedido en lo de las gafas. —Con una mano, se ajustó las gafas de montura negra que le habían dado. Los cristales no tenían graduación. No las necesitaba, pero el FBI había insistido en que se las pusiera porque su cara era muy conocida y tenían que transformarla — He accedido incluso al corte de pelo. —Edward se pasó la mano por el cabello. No sabía de dónde había sacado el FBI aquel peluquero, pero estaba seguro de que era la primera vez que manejaba unas tijeras. Por delante se lo había dejado demasiado largo y por detrás demasiado corto, y se le formaban unos remolinos que nunca había tenido.


Al notar su descontento, o tal vez porque quería irritarlo aún más, la agente Swan le dio una palmadita en el brazo y, con un tono de voz paternalista, que a él le recordó el de las enfermeras, los policías de tráfico y los doctores, le dijo:

—Lo sé. Ha sido muy duro. Se ha prestado incluso a venir a Forks en clase turista... —porfin Bella empezaba a comprender. y Edward asintió.

—Sí, y a venir desde el aeropuerto en ese cacharro. —Con los labios fruncidos señaló la destartalada furgoneta aparcada junto a la acera—. Pero esto ya pasa de castaño oscuro. He sido demasiado complaciente.Esto... —Cullen observó la casa, el jardín y el Nova de 1979—. Esto es...

—Esto es nuestro hogar.- Que la partiera un rayo. No supo si quería tomarle el pelo o hablaba en serio. Fuera como fuese, su voz sonaba demasiado animada. Y se la veía radiante.

Mientras él se mantuvo muy ocupado preparando su «guardarropa», la agente especial Swan también realizó algunos cambios en su persona. En Nueva York parecía la típica profesional, con la blusa abrochada hasta arriba y una falda que acababa por debajo de las rodillas; todo seriedad, nada de tonterías.

Pero con el cabello recogido en una alegre cola de caballo y el cuerpo enfundado en unos extravagantes pantalones verdes y una gran camiseta descolorida con la imagen de un contento unicornio rosa, Bella parecía ahora la clienta de una tienda de saldos más que una agente del FBI.

Y de eso era exactamente de lo que se trataba.

Cullen había tardado veinticuatro horas en comprender la realidad de la situación pero, en aquel momento, se le hizo del todo evidente.

—Cuatro meses... —Como si deseara castigarse, contempló la escena una y otra vez: la casa, el jardín, el chasis del coche—. ¿Cuatro meses aquí?

—Me temo que sí. —Sin duda se debía a la preparación que recibían los agentes en la Academia, pero los hechos puros y duros no preocupaban a Bella en lo más mínimo. Se subió el bolso de piel de imitación hasta el hombro y tiró de Cullen en dirección a la casa.

—Hogar, dulce hogar —dijo en un arrullo.

—No tiene los requisitos para serlo.- respndio el en un gruñido

—Tampoco dispone de aire acondicionado, pero tiene que reconocer que es un lugar perfecto para esconderse un par de meses. Es el último punto del planeta en el que le buscarían.

—¡Gracias a Dios! —Edward suspiró. No quería ni pensar en la posibilidad de lo que harían los paparazzi con una historia como aquélla si llegaban a enterarse. De repente, se sintió tímido y un poco a merced de los acontecimientos. No obstante, se dirigió hacia la casa junto a Bella.

Antes de llegar a la puerta, se oyó una voz al otro lado de la calle.

—¡Eh, hola! —Edward y Bella se volvieron para ver a una mujer baja y delgadita, vestida con unos pantalones cortos de lycra y una camiseta diminuta de color escarlata, que corría por el asfalto—. ¡Estábamos esperándolos! —gritó casi dando saltitos.

Edward miró a su alrededor. No comprendía por qué la mujer hablaba en plural puesto que, en realidad, estaba sola.

Jadeante, se detuvo ante ellos y los observó con una rápida pero eficiente mirada, perfeccionada sin duda tras muchos años de práctica.

—A principios de semana vimos que traían sus muebles —dijo la mujer, arreglandose el cabello corto que terminaba en puntas en diferentes direcciones—. Pensamos que vendrían enseguida. Vigilé un poco a los del camión de mudanzas, me aseguré de que fueran cuidadosos. Tuve la oportunidad de leer las etiquetas de los paquetes. Tú debes de ser Rose, ¿verdad? —Agarró las dos manos de la agente Swan entre las suyas y las apretó—. Y tú... —La mujer no medía más de metro y medio y tuvo que retroceder un paso para ver a Edward de cuerpo entero. Al hacerlo, puso los ojos como platos y quedó boquiabierta—. Yo diría que te pareces... Ya sabes. —Chasqueó los dedos con impaciencia—. Ya sabes de quién hablo. —Se volvió hace Bella en busca de ayuda—. Ese chico, ése tan guapo que siempre...

—Tiene que ser la luz. Mira cómo brilla la casa. —Tan rápida con las palabras como lo había sido neutralizando al repartidor de pizzas, Bella distrajo a la mujer y la tomó del brazo para alejarla de Edward y que se olvidara así del tema—. Mi hermano Andy compró esta casa hace un par de meses y ahora nos la ha alquilado. Me dijo que era amarilla, pero yo no la veo amarilla. En cambio, la tuya... —Tomó a la mujer por el brazo y ambas se volvieron hasta encontrarse frente a la casa que había al otro lado de la calle. Era chillona hasta lo indecible, pero con una gran pizca de combinacion—. Ésa sí que es una casa hermosa —dijo Bella.

—Jasper acaba de pintarla. —La mujer resplandecía de orgullo—. Le dije que no se pasase con el color, pero ya sabes cómo son los hombres. —Le dio un codazo a Bella en las costillas. Uno de estos días conoceran a Jasper —les dijo Alice.

—Lo espero con impaciencia. —La voz de Alex sonó acida incluso a sus propios oídos.
Por fortuna, Alice no pareció apreciarlo y echó a andar hacia el camino que llevaba hasta la puerta principal.

—Pues sí, le dije a Jasper que seguramente llegarían enseguida, al estar los muebles ya aquí... —Se detuvo al pie de la escalera y miró a Edward con curiosidad—. ¿Y de dónde me han dicho que son?

Por un instante, las entrañas de Cullen se encogieron de miedo, descubrió que se había quedado sin palabras. No solía mentir, ni en los negocios ni en su vida privada porque era, al fin y al cabo, un hombre rico y triunfador, aunque podía darle al palique como el mejor.

Tenía una mente rápida y con gran capacidad de improvisación. Un agente del FBI al que parecía gustarle mucho aquella farsa le había hecho estudiar su nueva identidad.

Sería Emmet Tomashefski y, en el vuelo desde Nueva York, había repasado los detalles mundanos de la vida del tal Emmet: curriculum profesional, formación académica, familia...

Había memorizado la historia al completo, pero en ese instante era incapaz de expresarla con palabras.

Cuando Bella vio que Edward no respondía, emitió un gruñido de impaciencia y dijo:

—Emm y yo venimos de Phoenix. —Lo miró con dureza para recordarle que tenían una historia a la que ceñirse contra viento y marea—. Emmet sufrió un accidente laboral en la fábrica y está de baja. Hemos decidido pasar un par de meses aquí, arreglando la casa. Después, si el encuentra trabajo en Forks, le compraremos la casa a mi hermano y nos quedaremos.

—¡Oh, eso sería estupendo! Al barrio le vendría muy bien sangre joven como la de ustedes. —Alice sonrió, contenta de veras—. Y ustedes dos, son tan encantadores...¿cuánto tiempo lleván casados?

¿Casados?

La palabra resonó en la cabeza de Edward y se asentó en su estómago como una langosta en mal estado. Salió de sus cavilaciones y se encontró frente a Bella que, con los brazos cruzados en el pecho, le indicaba con la mirada que se ciñese al programa. En las últimas veinticuatro horas, había apreciado más de una vez esa mirada. Sólo veinticuatro horas y ya sabía que aquella mujer era tan obstinada como eficiente. Y tan eficiente como atractiva.

Aquel pensamiento lo acosó a hurtadillas y sin previo aviso. No se trataba de que no hubiese advertido hasta entonces los obvios atributos de Bella: unos ojos más grises que azules, un cabello que, con aquella luz, se veía surcado por reflejos color miel, un cuerpo sólido pero bien proporcionado. Claro que lo había visto, nada más conocerla, pero durante las últimas veinticuatro horas había tenido muchas cosas en las que pensar.

El pulcro aspecto de la agente especial Swan había quedado relegado a un rincón de su mente, pues tenía problemas más acuciantes a los que atender, como el evitar que unos matones a sueldo acabasen con su vida, o el haber tenido que alejarse de un imperio económico que dependía de él para existir.

Y después estaba la cuestión de Jacob Black. Edward se sentía deprimido. Se había hundido desde lo más alto de una montaña a un punto tan por debajo del nivel del mar que no podía medirse.

Y sabía que Bella no era en absoluto responsable de todo aquello. La agente se limitaba a hacer su trabajo, pero Edward tenía que echarle la culpa a alguien. Por la vestimenta, por las gafas, por el corte de pelo y por la casa.

Con una lucidez que sólo pudo atribuir a una mezcla de estrés, conmoción, fatiga y una profunda comprensión de lo absurdo de la situación,Edward tomó una decisión.

¿Acaso la agente Swan no quería que se apuntase al juego? Lo mínimo que podía hacer por ella era complacerla.

Con una sonrisa presumida y un gruñido gutural, se acercó a Bella y le pasó el brazo por la cintura. Ella dio un respingo. Fue una reacción más intensa que la del día anterior, cuando se enfrentó al falso repartidor. Al recordarlo, Edward se sintió halagado y apoyó la mano en la cadera de Bella. Para que todo pareciese más auténtico, le dio un pequeño pellizco y guiñó un ojo a Alice.

—Estamos recién casados, por lo que espero que comprendas que nuestro deseo es pasar mucho tiempo solos.

Alice se sonrojo y Bella se puso lívida como la cera. La vecina soltó una risita y se hizo a un lado para que subieran las escaleras. Al llegar arriba, Edward observó cómo Bella buscaba las llaves en su bolso.

—Recién casados? —le murmuró ella, soltando una maldición—. No recuerdo haberlo leído en los informes.

—No, yo tampoco —replicó Edward—. Pero tienes que reconocer que es una brillante estrategia. Si los vecinos se preguntan por qué salimos poco de casa, podemos decirles que nos pasamos la vida en la cama.

—¿En la cama? —A Bella se le cayeron las llaves al suelo del porche.

Aturdida de miedo o ante semejante perspectiva, o tal vez por ambas cosas, se quedó inmóvil y con la mirada perdida. Se recuperó al momento, pero Edward tuvo tiempo de estudiar sus labios entreabiertos y preguntarse si su sabor estaría a la altura de su belleza.

Luego dejó que su mirada se posara en sus mejillas encendidas. Con una sacudida de cabeza que hizo oscilar su cola de caballo, Bella volvió a la realidad y se agachó para recoger las llaves.

De no haber estado disfrutando tanto de la situación, Edward la habría ayudado. Tras veinticuatro horas de inconvenientes, molestias y agravios, resultaba agradable saber que su poder de fascinación seguía intacto, incluso con la agente Swan.

Bella se arrodilló para buscar la llave bajo una oxidada mecedora. Al ver su espalda y sus sinuosas nalgas, a Edward se le ocurrió otra idea. Una lenta sonrisa se formó en la comisura de sus labios. Los cuatro meses siguientes tal vez podrían ser soportables, podría incluso pasarlo bien.

En esa ocasión fue Edward quien soñó despierto, Bella logro sacarlo de ese estado con un gruñido de satisfacción. La vio ponerse en pie, contenta, con la llave en la mano, dispuesta a encajarla en la cerradura.

—¿ No vas a entrarla en brazos? —La pregunta de Alice era por completo inocente, aunque tan sutil como una granada de mano. Ambos quedaron petrificados.

Antes de que Bella pudiese decirle que no lo hiciera, Edward se acercó a ella y le sonrió.

—No estaría bien decepcionar a los vecinos, ¿verdad? —le preguntó.

—No se atreverá.

¿Qué era aquello? ¿Una advertencia o un reto?

Edward no tardó en decidir que no tenía la más mínima importancia. Siendo prudente y no aceptando los retos no habría llegado a la posición que ocupaba. Sin pensarlo dos veces, tomó a Bella en sus brazos.

—¡Ya veran cuando se lo cuente a Jasper! —gritaba y aplaudía Alice, al tiempo que ellos entraban en la casa.

Para su sorpresa, Bella era muy ligera pero estaba tiesa como un palo.

—Relájate, cariño —le aconsejó el con una sonrisa—. No nos interesa que los vecinos empiecen a chismorrear.

—Me relajaré cuando me deje en el suelo. —Bella lo miró enfurecida.

Edward abrió la puerta de un codazo y saludó a Alice. Luego entró y la cerró de una patada.

—Ahora mismo lo ha...

El zapato de Edward se enredó en el borde de la moqueta. Tropezó, resbaló y casi cayeron al suelo.

Bella gritó de sorpresa y Edward intentó mantener el equilibrio.

Al cabo de un par de segundos, cuando lo consiguió, vio que Bella se había abrazado a él con fuerza y que el rostro de la agente estaba a pocos centímetros del suyo. Aunque las cortinas del vestíbulo estaban corridas, supo que tenía los ojos totalmente abiertos y que sus pupilas eran pozos profundos que reflejaban un rostro tan sorprendido, asombrado e intrigado como el de ella.

La respiración de Bella era el contrapunto perfecto a los jadeos de él y su cuerpo...

Edward bajó la mirada hasta el unicornio rosa de la camiseta, aplastado contra el logotipo de la cerveza. De repente, ya no pensaba que el unicornio fuese alegre. Se había puesto a pensar en su nueva identidad y en aquella comedia de recién casados que estaban interpretando y otras palabras llenaron su mente, sofocando «alegre», así como el resto de pensamientos lógicos.

Palabras como «suave», «caliente», «aterciopelado».

Palabras como «pasión». Y una descarga de fuego estalló en su interior.

Al mismo tiempo, estrechó a Bella contra sí y esbozó una sonrisa.

—Te dejaré en el suelo —murmuró— cuando haya terminado.

Edward no supo precisar qué ocurrió a continuación. Sintió que Bella se tensaba y la vio revolverse y soltarse. Al cabo de un momento, estaba en el suelo, frente a él.

—Déjese de tonterías, Cullen!. —La voz de Bella era tan fría como su mirada—. Su numerito en plan Romeo no me impresiona lo más mínimo. En realidad, me parece justo que sepa que yo no quería esta misión!!


—Pues no entiendo por qué. —Edward echó un rápido vistazo a su alrededor — A pesar de las pocas comodidades que ofrece esta casa, tiene que ser uno de los mejores trabajos que te hayan asignado en el FBI. Cuatro meses de relax y descanso. Además, llevarse bien conmigo es sencillo. —Se encogió de hombros. Tal vez estaba deseoso de que Bella lo castigara o quizá nunca se rendía, y lo que hizo fue dedicarle una de esas sonrisas que derretían el corazón de cualquier mujer a cincuenta metros de distancia—. El mundo está lleno de chicas bonitas que venderían su alma a cambio de tener la oportunidad de pasar todo el verano conmigo.

—¡Por favor! Dejemos las cosas claras, Cullen. Yo no me he graduado en la Academia para hacer de canguro de un playboy caprichoso. Fue Charlie quien insistió en que aceptara este trabajo. Y cuando el insiste en algo, los que lo tenemos como jefe le hacemos caso. Él cree que será ventajoso para mi carrera.

—¿Y tú no lo crees?

Bella frunció los labios, con la cabeza inclinada hacia un lado.

—Cuando Charlie me explicó sus planes, le encontré ventajas. Pero supongo que es justo que le diga que se trataba de usted o del oso Smokey .

Edward no entendió sus palabras.

—¿Qué has dicho?

—El oso Smokey —repitió Bella. A Edward le hubiese gustado que la iluminación de la sala hubiese sido mejor. Juraría que la chica había esbozado una sonrisa de satisfacción—. Es la manera que tiene Charlie de recordarnos que, por desagradable que sea una misión, siempre las hay peores. —Se volvió y se dirigió hacia las escaleras.

Edward caminó un par de pasos pero decidió que sería mejor no seguir a una enojada agente del FBI por una escalera a oscuras. Se plantó al comienzo de éstas y le gritó:

—¿El oso Smokey? ¿Qué tiene que ver todo esto con el oso Smokey?

Durante unos segundos pensó que Bella no respondería. Oyó sus pasos recorriendo el pasillo del piso superior y luego volvió al descansillo. Se apoyó en la barandilla y lo miró desde lo alto.

—El FBI se encarga de investigar los usos no autorizados de la imagen de Smokey. Abrimos expedientes de cada una de ellos y los vamos actualizando.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que Charlie me hizo una oferta y no pude rechazarla. —Bella soltó un bufido de irritación—. O pasar el verano con usted o comprobar todos los expedientes del caso Smokey.

Antes de que Edward llegase a comprender lo que eso significaba, la agente dio media vuelta y desapareció por el pasillo. Al cabo de unos segundos, oyó que se cerraba una puerta.

Sorprendido y todavía dolido por su rechazo, Edward miró hacia lo alto de las escaleras y dijo las primeras palabras que se le ocurrieron al espacio vacío que ella había ocupado.

—¿De veras?

Era un comentario estúpido, sobre todo porque procedía de un hombre que tenía fama de ser muy agudo pero, en ese momento, a él no le importó.

Exasperado, Edward alzó la voz para que Bella pudiese oírlo desde el piso superior.

—Como mínimo, soy más atractivo que ese oso.

—¿Quién lo dice? —La voz de Bella sonó amortiguada tras la puerta.

Edward se defendió instintivamente. Era algo ridículo, por supuesto. Estaban peleando por una tontería.

—¡Mi pelo es mucho mejor! —vociferó, mesándose los cabellos. Se sintió deprimido. Sí, su pelo había sido mucho mejor antes de haber caído en manos de aquel peluquero. Se tragó la vergüenza y lo intentó de nuevo—. ¡Yo tengo mejor gusto!

En el piso de arriba se abrió una puerta y, al cabo de un instante, vio aparecer la figura de Bella en el descansillo.

—¿Está seguro? ¿Se ha mirado al espejo, últimamente? Comparado con usted, Smokey parece recién salido de la revista GQ.

Edward se negaba a que lo derrotasen. En los negocios nunca perdía y no estaba dispuesto a que ahora, Bella o el oso Smokey, lo derrotasen.

—¿Del GQ? ¡Bah! En esa revista nadie lleva un sombrero tan idiota.

Aunque se encontraba en la planta baja, vio que los hombros de Bella se tensaban. Estaba tan enfadada como él y dispuesta a hacer una montaña de un grano de arena.

—Mira, amigo, el sombrero es algo que el oso tiene que llevar. Forma parte de su imagen. Y si te metes con su imagen...

—Bien. Me gusta que me tutees.... Si me meto con su imagen, el FBI me arrestará... Menudo cuento.

Quería provocarla y lo había conseguido. Bella bajó las escaleras furiosa, y se detuvo en el penúltimo peldaño para poder mirarlo cara a cara.

—Sí, claro, el FBI es un cuento —le dijo—. Si no fuese por nosotros, tendrías otras muchas cosas de las que preocuparte, no sólo de compararte con Smokey.

Algo le dijo a Edward que ya se había comparado con el oso.
Atrapado por sorpresa debido a la proximidad de Bella y al aroma de su perfume barato, algo que debía de formar parte de su nueva identidad, se permitió mirarla despacio, desde sus enrarecidos ojos hasta las caderas, donde había apoyado las manos. Llevaba una camiseta que le iba grande pero se le pegaba al cuerpo y revelaba una cintura delgada y unos pechos redondeados, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Cuando volvió a mirarla a los ojos, sus mejillas estaban más rojas que el unicornio.

Edward se acercó hasta que sus labios casi se rozaron.

—¿Sabes una cosa? Puedo ser mucho más entretenido que ese oso.

Bella no retrocedió ni se sobresaltó. Mantuvo la mirada clavada en la de él y se humedeció los labios con la lengua.

—¿Sabes una cosa? —preguntó a su vez—. El oso es más encantador que tú.

Corrió de nuevo escaleras arriba y cuando Edward oyó cerrarse la puerta otra vez, supo que ya no volvería a abrirse en mucho rato.

Se volvió y se sentó en el primer escalón, con los codos en las rodillas y la barbilla entre las manos. No era posible, nada lo era. No sólo iba a permanecer encerrado en aquella casa de los horrores durante cuatro meses sino que acababan de compararlo con el oso Smokey.

Lo habían comparado y había salido perdiendo.
Edward se descubrió pensando, sin proponérselo, en la famosa frase del oso: «¡Sólo tú puedes prevenir los incendios forestales!»

—¿Prevenir los incendios forestales? —gruñó, entre dientes, incrédulo—. Ya ves, amigo Smokey, si ni siquiera soy capaz de provocar una chispa...


* * *

Espero les haya gustado ...yo me rei a cacajadas cuando comenzaron a pelear...jajajaja que tamaña tontera

Besos las quiero

miércoles, 11 de noviembre de 2009

I Convencimiento




PROTEGIENDO AL AMOR

I CONVENCIMIENTO

-Se han vuelto locos??! Ustedes saben lo que me estan pidiendo?- Cullen arqueo despacio una ceja al tiempo que les comunicaba lo que pensaba acerca de su propuesta

No era la respuesta que Bella esperaba de un hombre al que creian razonable y con la inteligencia necesaria como para dirigir grandes empresas. Algo decepcionada, se irguio en el asiento y observo como Edward Cullen se ponia de pie y se apoyaba en el pulido marmol de la mesa

Miro a todos los presentes sin perder la compostura aunque visiblemente irritado

-Solo seran 4 meses- dijo Charlie Swan, el agente especial que dirigia las operaciones del FBI en la cuidad, el jefe y padre de Bella. Charlie era gato viejo y no se dejaba intimidar. Puso un dedo en el informe que Cullen tenia en la mesa frente a el y añadio- Ya lo hemos discutido. nuestros hombres han hablado con los suyos. Se suponia que ellos tenian que hablar con usted y...

Cullen alzo una mano e interrumpio a Charlie. Luego lanzo una mirada al joven hombre al fondo de la oficina. Cuando comenzo la investigacion Bella hablo con Seth Clearwather, sabia que era el hombre de confianza de Cullen pero la mirada que ahora su jefe le daba le hacia preguntar cuanto tiempo mas lo seria

-A mis hombres se les dijo que no hablaran con los suyos hasta el juicio- dijo Edward entre dientes

Charlie era la discrecion personificada pero al paracer le comenzaba a irritar aquel hombre de poder

-No es tan terrible como parece- dijo con un tono conciliador- creame. Tenemos todo bajo control. Si quiere ver esto..- le tendio unas hojas y cuando Edward se nego a echarles un vistazo las mejillas de Charlie se encendieron- Cuatro meses no es tanto tiempo. Despues del juicio puede volver a su vida de siempre.

-Imposible!!!- el resoplido de Cullen fue un monumental- Tengo negocios entre manos negocios muy importantes. Un hombre de mi posicion- agrego- no puede desaparecer asi de repente. mucho menos por cuatro meses, ni siquiera cuatro dias. Una empresa como esta no se maneja sola Sr, dependen de un solo hombre...-permitio que apareciera una leve sonrisa altanera- ..YO

-Todo esta muy bien Sr. Cullen- dijo Charlie sin devolver la sonrisa- Pero...

-No hay peros que valga- Vacilante, Cullen se desabrcho el boton del saco. Camino hasta la ventana y se inclino hacia adelante dando la espalda a los presentes. Era obvio que estaba acostumbrado a tener la ultima palabra y esta era su forma de decir que la conversacion se habia terminado

- Mimado hijo de ....- gruño Charlie en voz baja que solo Bella oyo. Ella reprimio uns sonrisa y apoyo de nuevo la espalda en la silla dispuesta a observar, mas interesada en lo que estaba debatiendo que en la fascinacion que Edward Cullen le provocaba.

La realidad es capaz de ahuyentar las fantasias muy deprisa "sin ilusiones no hay desengaños"

No era acaso lo que ella siempre se decia?

No habia tardado mucho en notar que Edward Cullen era solo una ilusion y el desengaño consistia en haber pensado que su personalidad encajaria con la del fantastico amante que su mente habia creado


Bella se pregunto cuanto tiempo pasaria Cullen fingiendo que ellos no existian y en ese instante descubrio la respuesta, si tenia que hacerlo todo el dia...todo el dia seria.

Edward Cullen queria que lo dejaran solo. Sorprendentemente fue la mujer que no se habia presentado la que corto el silencio

-Supongo Edward que te preocupa la reunion de julio con el consorcio de los empresarios. La reunion esta programada y si todo va como esta previsto tu no podrias asistir- suspiro y tamborilo los dedos- sin duda sera un poco problematico

-Un poco problematico?- pregunto Cullen con cinismo- Tanya he enviado miltrecientas invitaciones a los mas prestigiosso periodistas, empresarios y politicos- empuño su mano con molestia sobre la ventana- Sabes lo que me estas pidiendo?. Supongo que el alcalde y tu no estan pensando en que me paso el dia sentado sin hacer nada....

La mujer enlazo sus dedos y Bella pudo ver como le temblaban las manos debido al tono de voz de Cullen

-Edward- sonrio la mujer aunque el hombre le daba la espalda- El alcalde jamas pensara eso de ti pero nos preocupa tu seguridad. Ya nos hemos puesto en contacto con Bill Gates y...

-GATES???-

Bella pensaba que la espaldo de Edward no podia ponerse mas tensa pero se equivoco y mas aun cuando oyo el tono gelido que uso con la mujer. Bella se comenzo a molestar, este hombre le esta complicando el caso. Su caso . Y no podia soportar las idea que todo saliera mal por que el consentido " Romeo" le preocupaba mas su propia imagen que el hecho de testificar frente a un tribunal

Con un gesto de impaciencia cerro el protafolios y echo la silla para atras. No penso en lo que hacias hasta que fue demasiado tarde pues ya se habia puesto de pie y todos la miraban. Charlie no la detuvo por que creyo que ella tenia un plan asi que se vio obligada a inventar uno de inmediato.

-Tiene razon- dijo mirando hacia Cullen que aun le daba la espalda- El Sr. Cullen tiene toda la razon, quiere quedarse en la cuidad para ser el anfitrion de esa importante reunion. Quienes somos nosotros para impedirselo?

Entonces con un rapido gesto saco de su bolsillo un billete y lo tiro sobre la mesa

-Yo le permitiria seguir con sus negocios- dijo sin dirigirse a nadie en particular- pero, de ser asi, dejenme ser la primera en apostar que en julio no estara vivo

Su afirmacion no era muy exagerada pero no impidio que Edward Cullen se volteara a mirarla. Durante alguna faccion de segundos Bella penso que Cullen demostraria alguna emocion pero nuevamente se equivocaba con Cullen

-Quien es usted?- pregunto con voz grave

-Soy la agente especial Isabella Swan, del FBI. Ya hemos sido presentados

-Si, lo se, me acuerdo- admitio Cullen- pero quiero saber quien es usted, quiero decir, que le da el derecho a...

-Este es mi caso Sr. Cullen- interrumio Bella haciendo caso omiso a los dos hombres de la policia de NY que la miraban enfadados- He sido yo quien ha estado comiendo, bebiendo, respirando y durmiedo con este caso durante los ultimos meses. Por fin hemos encontrado a alguien con la valentia suficiente para testificar.... usted.No se que piensan los demas de los presentes- dijo mirando a su alrededor- pero yo no estoy dispuesta a perder todo por lo que he trabajado porque usted es demasiado obstinado para....

-Agente Swan!- dijo su "jefe" con voz molesta indicandole que se habia pasado de la raya. Bella respiro profundo y volvio a mirarlo

-Mire...- la voz le salio tan inestable como lo estaba su estomago- usted es un hombre de negocios bastante brillante Sr. Cullen. Sabe lo que es abrirse camino hacia la cumbre asi que voy a compartir un secreto con usted. He decidido usar este caso para hacerme un nombre. Me lo merezco. He trabajado mucho tiempo y con mucho teson. he hablado con cientos de personas, he leido miles de paginas de informes y he visto tantos numeros en tantas pantallas de ordenardores que me duelen los ojos de solo pensarlo. No voy a permitirle a usted que estropee mis planes dejandose matar por el pistolero de poca monta al que contrataran para que evite usted declare en el juicio

Bella no supo si vio o imagino la reaccion de Cullen pero le parecio ralmente sorprendido que ella tuviera las agalla como para decirle esas cosas. Pero antes de averiguarlo la puerta de la oficina se abrio y una mujer rubia con una delgadez envidiable entro en la oficina

-Lamento interrumpirlo Sr. C- aunque la mujer no parecia lamentarlo en verdad-Me dijo que queria echarles un vistazo en el momento que llegaran- dijo alzando una gran pila de periodicos. Los dejo sobre la mesa y Bella recordo los titulares de todos ellos. Se centraban el el encarcelamiento de Jacob Black, escritor indigena de una pais centroamericano condenado a arresto domiciliario en su pais. Con un libro en la lista de los mas vendidosy fama de trabajar a favor de los derechos humanos junto con su esposa Vanesa o Nessie como le decia el pueblo. No era sorprendente entonces que Cullen se interesara en el asunto ya que era un tema mundial.

Sin embargo esto en vez de sorprender a Bella , la irrito mas

-Gracias Jane- dijo Cullen-dentro de un par de minutos habremos terminado

-Eso espero - respondio coquetamente la secretaria- a las dos tiene una cita con el obispo y a las tres un cuarto al senador

-El obispo a las dos y el senador despues- repitio Cullen haciendo caso omiso a sus visitantes guiñandole un ojo a sus scretaria haciendo que tanto esta como Tanya, la secretaria del alcalde, suspiraran.

Entonces Bella comprendio por que rayos las mujeres se enamoraban de Edward Cullen.

Cullen miro con teatralidad su reloj y luego alzo la visto mostrando su molestioça de que los demas siguieran alli sentados. Se acerco a la puerta como para indicarles que salieran

-No tan deprisa- Bella no estaba dispuesta a que la despacharan de ese modo- Aun no terminamos. Le he dicho que no quiero perder este caso y lo digo en serio. Tiene que escucharnos señor Cullen, por su propia seguridad-

Cullen miro a Charlie Swan que le indicaba que si no callaba a su agente tendria que atenerse a las consecuencias. Charlie capto la insinuacion pero en vez de callarla aprovecho la ocacion para hablar sacando una foto de su maletin y le señalo a Cullen que la mirara

-es Aro Vulturi- explico

Bella no se molesto en mirar la foto, conocia esa cara perfectamente, la habia estudiado tantas veces que ya le aparecia hasta en los sueños. Pero Edward la miro por un segundo y luego volvio a mirar a Charlie

-Lo conoce- pregunto Charlie

-Por supuesto que no- replico Edward- no suelo intimar con personas cuyas fotografias son de una rueda de identificacion del FBI

-Bueno- dijo Charlie- hace un par de años fue tomada esta fotografia pero me gustaria saber ahora donde esta este tipo... Vulturi es el asesino a sueldo mas habil perverso y resuelto de la costa este

-Que quiere decir con eso?

-Quiero decir que usted se ha creado unos enemigos muy poderosos señor Cullen. Saben que va a testificar y haran todo lo posible por evitarlo

-Tonterias!!- Cullen se volvio y se dirigio al escritorio. Charlie le hizo una seña a Bella para que le mostrara otras fotografias. Al mostrarselas
Bella apoyo sus manos sobre el escritorio.

-Hemos intentado mantenerlo en vigilancia y la suerte nos ha acompañado. Durante el ultimo mes Vulturi ha sido visto en tres ocaciones. Justo el mes que ha dicidido declarar- Bella le tendio las dos primeras fotos y le señalo las siluetas- La primera vez fue visto a las afueras del edificio que tiene usted en Manhattan. La segunda vez se encontraba en la recepcion de este...- le tendio una tercera y lo miro a la cara- La tercera vez fue visto justo en la entrada de su casa en Long Island

Cullen apenas miro la foto, toda su atencion se volco a Bella. De cerca los ojos de aquel hombre desprendian mayor intensidad. Eran de color miel. Cuando hablo lo hizo en voz tan baja que a Bella le costo oirlo

-Yo no soy de los que huyen de los problemas agente Swan

-No- por primera vez, ella supo que coincidian en algo- supongo que no

-Yo soy de los que siempre consiguen lo que quieren....siempre

Durante un breve instante, los ojos de Edward Cullen se deslizaron hasta el punto en que el cuello desabotonado de Bella dejaba al descubierto un poco mas que su garganta. Bella podia sentir como su sangre corria deprisa y una oleada de calor le inundo el pecho y asendia hasta sus mejillas. Era una suerte que llevara una falda larga para que nadie notara como le temblaban las piernas.

En segundos Bella consiguio recuperar el habla

- uno no siempre puede conseguir lo que quiere señor Cullen



—Pero, a veces, si lo intentas... —Él acortó el espacio entre ambos, no lo bastante como para que los presentes lo notaran pero sí para que Bella sintiera como si alguien hubiese absorbido todo el aire de la sala.

Recobró el aliento y se aferró al poco sentido común que todavía le quedaba. No le fue fácil, pues en aquel momento el hombre había asumido su personalidad de «Romeo». Bella consiguió esbozar una leve sonrisa.

—Lo que usted necesita, señor Cullen, es un lugar seguro en el que esconderse, con vigilancia las veinticuatro horas del día. Tenemos el lugar ideal para usted. Nadie podrá encontrarlo. Ni siquiera algunas de las personas aquí presentes.

—¡Usted ha visto demasiadas películas! —Con una despectiva carcajada, debida no precisamente a la diversión, Cullen se alejó de ella y rompió el hechizo que había mantenido subyugada a Bella. Con la gracia propia de un atleta, avanzó hacia la puerta, llevandola del brazo.

—No se trata de que no agradezca todo lo que hacen por mí —dijo, poniendo fin a la reunión—, pero soy una persona muy ocupada. Lo entiende, ¿verdad, señorita Swan? —Al tiempo que abría la puerta de la oficina, le dedicó una sonrisa.

Al otro lado del umbral se encontraba un hombre de cabello moreno, con barba de dos días. Sostenía una caja de pizza. Bella no supo precisar quién se sorprendió más, Cullen o el repartidor de pizzas.

—Lo siento —dijo el chico de la pizza, mirando a Bella y a Edward. Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, entró en la oficina—. No era mi intención interrumpir nada... Pensaba llamar a la puerta.

—¿Llamar? —Antes de que la puerta se cerrase tras el repartidor, Edward echó un vistazo a la antesala de su despacho—. ¿Cómo has podido entrar hasta aquí sin que Jane te haya visto?

—No sé quién es Jane —le dijo el chico—. Lo único que sé es que alguien ha pedido una pizza familiar, con doble ración de pimientos y sin cebolla. ¿Es usted? —Buscó el papel con la orden, pegado a la base de la caja.

Esto hizo sospechar a Bella, pues los repartidores no acostumbraban a llevar la orden por escrito. Alertado por el repentino interés de la agente, el muchacho se movió deprisa y, cuando sacó la mano de debajo de la caja, Bella vislumbró el brillo de la luz sobre el cañón de un arma automática.

Acto seguido, se apoderó de ella el instinto y su primer impulso fue proteger a Cullen.

Al tiempo que le propinaba un empujón para quitarlo de en medio, grito a Charlie y se lanzó contra el repartidor, que no consiguió disparar.

La pistola voló en una dirección y Bella y el chico cayeron en otra. Cuando llegaron al suelo, Bella advirtió que lo tenía inmovilizado y en ese preciso instante intervinieron Charlie y los dos detectives, separándolos.

Pusieron al falso repartidor contra la pared y lo esposaron antes de que la agente recobrara el aliento.

Alguien le tendió una mano para ayudarla a levantarse y ella la aceptó sin pensar. Cuando por fin se apartó el cabello del rostro y las piernas dejaron de temblarle, se encontró, con no poca sorpresa, cara a cara frente a Edward Cullen.

Cullen miró a Seth Clearwather, que tenía ya el teléfono en la mano, y luego a los guardas de seguridad que llegaron tras la llamada de éste. Apareció Jane, jadeando y tosiendo.

Después, se volvió hacia Kate.

—Gracias —le dijo. O era un actor excepcional o estaba siendo sincero—. Nunca pensé, nunca imaginé que...

Eran las únicas palabras de disculpa que iba a ofrecerle y Bella lo sabía. Las aceptó, asintiendo, y dio un paso hacia delante. Estuvo a punto de caer y fue entonces cuando advirtió que, en la refriega, había perdido un zapato.

—¡Cuidado! —Cullen la agarró del brazo. Su mano, sobre la manga de la blusa, era firme e irradiaba calor y Bella se preguntó a quién de los dos intentaba tranquilizar.

—¿Me cree ahora, señor Cullen? —preguntó ella.

Cullen miró hacia el lugar donde los dos detectives le leían sus derechos al repartidor y dijo:

—Pero ése no es...

—¿Vulturi? No. —Sin saber si la descarga de adrenalina que hacía latir su corazón a toda velocidad se debía al intento de atentado contra Romero o al hecho de que éste aún la tenía agarrada del brazo, ella respiró hondo—. Pero puede estar seguro de que Vulturi anda detrás de esto, lo cual significa que...

—Lo intentará de nuevo.—Edward no parecía desalentado o asustado. Con un leve asentimiento, aceptó la realidad del asunto y una especie de firmeza sombría tensó su mandíbula; una expresión en la que Bella creyó entrever una profunda indignación. La miró con el rabillo del ojo y dijo—¡Usted gana.

—No. —Ella consiguió esbozar una sonrisa—. Gana usted. Cuanto antes lo saquemos de Nueva York, mejor. —Al ver que Cullen se volvía para hablar con Clearwather, añadió—: No lo haga. Nadie tiene que saber de esto más de lo que ya sabe.

—Muy bien. —Edward no discutió. Era curioso lo que solía ocurrirles a las personas que habían estado cerca de la muerte. En este caso, era como si la encantadora mente de Cullen hubiese adquirido algo de sentido común—. Pero... ¿y mis papeles? ¿Y mi ropa? ¿Cómo voy a...?

—Tenemos todo lo que usted necesita, incluida una nueva identidad para que haga uso de ella durante los próximos cuatro meses. En el trayecto, será debidamente informado al respecto.

—¿En el trayecto hacia dónde? —Edward era una de esas personas que necesitan conocer todos los detalles de antemano. También era obvio que, al menos para Bella, aquél no era el lugar adecuado para hablar de ello, ya que la oficina estaba llena de gente en la que no sabía si podía confiar.

—Es un sitio seguro —le dijo ella—. Y tal como están las cosas, creo que es lo único que importa.

Edward Cullen no parecía convencido. El falso repartidor de pizzas estaba siendo escoltado por el pasillo. Bella advirtió que la experiencia de haber estado cerca de la muerte empezaba a disolverse y que Cullen no tardaría en empezar a protestar con todas sus fuerzas. Antes de que lo hiciera, le indicó a Charlie Swan con una seña que todo estaba bajo control. Charlie se acercó más aliviado que sorprendido e instó a Edward a salir de la habitación.

Al verlos marchar, Bella sintió frío en sus entrañas y, al cabo de un instante, una repentina oleada de calor.

Edward Cullen era un testigo especial y el FBI llevaría la operación de principio a fin. Gracias a la recomendación, la insistencia y el empeño de Charlie, así como a las no menos sutiles insinuaciones de que lo mejor sería que no se opusiera a esa decisión, Bella había sido elegida para pasar cuatro meses con "Romeo" en el escondite. Cualquier mujer se habría mareado ante semejante perspectiva.

Bella pensaba ya en la casa, en la identidad que habían preparado para el Romeo de la prensa del corazón y no pudo evitar sonreír. Se agachó para recuperar el zapato y, cuando se lo puso, siguió a Cullen y a su padre, que salían del despacho.

Dices que siempre consigues lo que quieres —murmuró entre dientes—, pero, ¿sabes una cosa, Romeo? Esta vez, vas a conseguir exactamente lo que necesitas.



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ok, chicas lamento de verdad la tardanze de los fics, es solo que fueron dos semanas asquerosas de trabajo y viajes (aunque no de placer jajaj). Espero les guste el primer capi de la historia y prometo ponerme al dia con las otras ya??

Un beso a todas las que se preocuparon,y preguntaron que me pasaba.

las quiero muchoooo!!

martes, 10 de noviembre de 2009

Edward Cullen




EDWARD CULLEN


La ultima vez que Bella habia visto a Edward Cullen solo llevaba puesto unos de esos bañadores que, en el cuerrpo de un hombre, enseñan mas de lo que esconden

Lo bastante pequeño para poner de manifiesto sus marcados abdominales y su duro estomago, y lo bastante ajustado como para desencadenar todo tipo de fantasias. Al rememorar todas esas fantasias Bella Swan sintio como le ardian las mejillas y una oleada de calor le recorrio el cuerpo

Pero aquel no era ni el momento ni el lugar, comopara averiguar si las fotografias eran reales. Bella miro a su alrededor y observo la mesa de reuniones ante la que estaba sentada

A su izquierda se sentaba un hombre de rostro inflexible; por casualidad su padre e inmediato superior en el FBI, a su derecha un representante del Departamento de Policia de Nueva York y al lado de este una atractiva mujer de mediana edad que vestia de rojo y no se habia molestado en presentarse


Pero frente a ella al otro lado de la mesa, se encontraba el, con dos hombres de seguridad a cada lado, dandole la espalda a la impresionante vista que se divisaba a travez de las ventanas panoramicas de la oficina. Bellas controlo sus desenfrenadas fantasias y se obligo a olvidar la imagen de Cullen en bañador una imagen que le hacia agua la boca como a millones de otras mujeres que lo veian en las portadas de las revistas sensacionalistas bajo el siguiente titular

"El hombre mas sexy del mundo...el millonario y playboy Cullen.. es el Romeo de la jet set"

Necesito mas fuerza de voluntad de la que creyo disponia para convenserse de que un largo y desconsolado suspiro de su boca no seria muestra de inteligencia ni de profesionalidad de su parte.

Si una imagen valia mas que mil palabras el autentico Edward Cullen en persona, con su muestra de combinacion de aplomo, finura y un traje que costaba mas de lo que ella ganaba en un mes valia mas que cualquiera de las fotografias que aparecian con regularidad en las revistas de moda y de corazon

Media algo mas de un metro ochenta y tenia los rasgos esculpidos y los ojos color miel con los que medio mundo soñaba.
Aunque a Bella se lo habian presentado hacia unos minutos atras vio que estaba a la altura de la leyenda que en torno a el se habia creado. Se le veia seguro de si mismo y refinado. Mas atractio en persona que en fotografia

Sip, mucho mas atractivo.... Dios, esto sera un martirio, penso Bella sintiendo el peso de lo que venia


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Nuevo prologo!!
PROTEGIENDO EL AMOR es mi historia favorita, asi que tratare de subirla seguido, aunque esta semana solo quedaremos con el prologo, al iual que con AMOR A TODA PRUEBA

Las quiero!!!!

Prologo






Prologo

La pequeña Isabella entraba nerviosa a su primer día de clases en la escuela de Forks. Con 8 años estaba asustada de no saber como seria su estadía allí y si algún día tendría amigos con los que compartir.

Al entrar al salón pudo ver a muchos niños y niñas conversar y jugar pero nadie se percato de su presencia así que se ubico en el asiento más cercano a la ventana para comprobar cuando su padre, Aro, apareciera media hora antes que acabaran las clases para llevársela a casa. Un largo suspiro salio de su boca…su padre..Su martirio…el hombre increíblemente sobre protector que jamás nadie conozca.

-Ese es mi asiento!!- el gruñido y grito de una niña hizo saltar a Isabella. Miro a la niña, era grande y con cabello anaranjado, sus ojos reflejaban la rabia que sentía contra ella- Que no me oíste…Muevete!!- los niños que la acompañaban se reian de la cara de Isabella, que probablemente reflejaba el miedo que sentia.

-Victoria!!, dejala en paz!!- la voz de un niño atrás de la gran niña hizo que la muchacha de pelo anaranjado respirara profundo y rodara los ojos. Se volteo para ver a un niño mas pequeño que ella pero con mas compañía. Cerca de 5 niños defendiendola de la extraña.

Isabella miro al niño y este le sonrio, una sonrisa torcida que la hizo sonrojar. Entonces el miro a Victoria con aires de superioridad

-Chicos porfavor tomen asiento…Victoria, Edward, espero que no esten peleando el primer dia de clases.

Victoria miro a Isabella por ultima ves y luego falsifico una sonrisa.

-Claro que no profesora..- La chica y sus secuaces caminaron hasta el fondo del salon sin dejar de mirar feo a la chica nueva.

Entonces Isabella volteo a mirar a su salvador. Este la miraba con una sonrisa

-Gracias- susurro ella

-De nada- respondio el mientras se sentaba a su lado- Soy Edward Cullen

-Isbella Vulturi-

-Guau! Ese nombre es largo- dijo el entre risas mientras ella asentia avergonzada- te puedo decir Bella?

Ella sonrio grande y asintio alegre

-Me gusta- reconocio feliz

-A mi tambien… bienvenida a Forks Bella

Los dos niños se sonrieron y Bella estaba mas calmada

Al menos un amigo- penso entusiasmada… si seguia asi todo iria bien



4 años mas tarde


Feliz cumpleaños Bella!! Por fin 12!!!

Edward estaba esperandola en la salida de la escuela estirandole una pequeña caja envuelta en una cinta

-Edward,sabes que hoy no es- dijo Bella sonriendo

-Lo se, pero tu papa te llevara mañana a Washington y quiero que lo tengas- respondio el niño recordando la tradición de los padres de Isabella de celebrarlo solos los tres

-gracias, no debiste- dije ella con lka pequeña caja entre sus manos

-no agradezcas y abrelo- respondio el ansioso.jamas habia regalado algo con tanto significado, pero ella lo merecia

Ella sonrio mientras abria la cajita alternando la vista entre sus manos y la cara de su amigo . una vez abierta encontro una cdenita de plata con la mitad de un pequeño corazon colgando de ella.

-Edward, es hermoso- la voz de Bella era casi un susurro

-Te gusta??

-Claro que si, me encanta… pero donde esta la otra mitad??

-Aquí- dijo el sacandose una cadenita igual a la de ella debajo de su sweter con la otra mitad

-Pero Edward, esto debe haber sido muy caro…como la compraste- ella se volteo para que el le pusiera la cadena en el cuello.

-Bueno.. la verdad es que papa la compro pero yo trabajare un par de años para pagarselas- repspondio el mientras la volteaba para ver como le quedaba en el cuello

Ambos sonreian como lo hacian cada vez que estaban juntos.

-Te quiero mucho Bella

-Y yo te quiero a ti Eddie

Se abrazaron con toda la fuerza del mundo. Tenian la seguridad que su amistad duraria para siempre

-ISABELLA!!!

El grito del padre de Bella, ARO, los hizo saltar, todos los dias Edward se tenia que enfrentar a la cara del hombre que demostraba su odio sin importale que fuera el mejor amigo de su hija.

Pero hoy a Bella no le importo

-Me tengo que ir. Te veo el lunes?- pregunto miradole con una sonrisa

-Como todos los lunes Belly

-CULLEN!! VETE A CASA!!- grito Aron con odio- BELLA SUBE AL AUTO

-Si, sr.

Cuando el auto partio ambos se miraron y tomaron sus mitades de corazon

“eres mi mejor amigo Edward”… “eres mi mejor amiga Bella”


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Ok, espero les guste mi nueva historia... extraños personajes y cosas nuevas pero el amor entre dos niños, el amor entre Edward y Bella lo superara todo!!!

Las quierooooo

viernes, 6 de noviembre de 2009

Epilogo




4 Meses despues


BELLA POV

Rose y yo estamos en las ultimas semanas de nuestros embarazos y no se cuel de las dos esta mas "grande", pero las tres, incluyendo a Alice que tiene cuerpo de adolecente, estamos felices.

La unica que tuvo grandes cambios de humor fue la enana, quien parece sufrir trastornos bipolares y aun asi Jasper salta como corderito cada vez que ella habla... creo que de los tres es el mas feliz con los embarazos..

Bueno, sin mencionar a los abuelos respectivamente. Esme y Rene no hacen otra cosa que comprar y hacer la ropita de los bebes y los abuelos se han dedicado a agrandar la casa de Jacksonville

Las tres parejas decidimos que los niños nacerian en Forks. Donde las tres nos casamos... ah, si por cierto me case con Edward a las dos semanas de volver a estar juntos... en el bosque que esta en el patio de mi casa y cumpliendo con la tradicion de su familia nos declaramos amor eterno en el claro de su familia... en fin, como Zafrina (mi doctora) y Carlisle nos dieron permiso a Rose y a mi para viajar decidimos pasar unos dias en NY para luego ir a Jacksonville a ver a mis niños del hogar Delani.

-A donde me llevas Edward- pregunte cuando ya llevabamos un par de minutos dando vueltas por las calles de NY .

-Ya veras amor- respondio mientras enlazaba nuestras manos y besaba mis dedos

-Sabes que si tu padre se entera que me sacaste del departamento de Jasper te va a matar...es su unico nieto hombre

-Lo se cariño pero no va a pasar nada. Yo solo quiero que vivamos algo antes de irnos de viaje

Entonces estacino el auto y quede helada al ver donde habiamos ido. El lugar que jamas pense volveria a ver. El pequeño edificio que fue testigo de nuestro primer encuentro. La tienda de abarrotes de la gasolinera.

-Que te parece si comparamos dulces para Alice- me dijo mientras me daba su maravillosa sonrisa

-Mientras los compres conmigo no habra problemas- respondi mientras me ayudaba a bajar del auto.

Despues del 2º trimestre pude por fin caminar aunque con mucho cuidado, al menos podia salir de casa y alejarme un poco del bosque de Forks

En cuanto entramos al edificio el niño se movio, quiza reconocio el lugar o fue mi idea... pero aun asi adore entrar al lugar donde habia conocido al hombre mas maravilloso del mundo que resulto ser el hermano de mis mejores amigos

Vi a Edward agacharse para tomar la bolsa de dulces de Alice y rei al recordar aquel episodio. Pero entonces un leve retorcijon en el vientre me asusto y luego senti como mis piernas se mojaban.

-Edward??- mi tono alerto a mi esposo quien se levanto de un salto

-Si cariño?- Iba a hablar pero una gran y dolorosa contraccion me hizo gritar- Bella, Bella amor, que ocurre??

-Oh, Dios!!! creo que el bebe no nacera en Forks- dije mientras otra contraccin llegaba a mi vientre- aaaaaahhh!!!

Los ojos de Edward se abrieron como platos y en un segundo estaba llamando a una ambulancia. La gente se agolpaba alrededor mio, y la cajera que alguna vez fue testigo de mi filtreo con Edward ahora ponia una manta en el suelo para que me recostara.

-Oh bebe!! por favor no le hagas esto a mama!!- gruño cuando las contracciones se hicieron mas seguidas. Entonces la mochila de un muchacho me sirvio de almohada y la chaqueta de otro me cubrio las piernas - aaaah no puedo creer que mi hijo decidiera nacer en una tienda de dulces!!!


Edward no me solto la mano en ningun momento y mucho menos cuando un camillero llego a mi lado y me saludaba. Entonces el compañero me reconocio

-Bella?? Isabella Swan??

-Te conozco de algun lado??- pregunte entre contracciones

-Soy James!! el padre de Felix y Heidi- dijo entre risas

-Oh, dios! lamento no poder saludarte de la menra que corresponde- dije tratando de resistir el dolor

El me ayudo para tratar de subir a la camilla pero entonces su compañero sonriente advirtio lo que me temia.

-Hey J ella no llegara al hospital-

Pude ver como James miraba bajo la falda y tiraba una maldicion

-Edward, tendras que ayudar a Bella...Bella cariño lo siento, pero daras a luz aqui mismo- dijo mientras colocaba mantas abajo de mis piernas

-No!!. no no- mis gritos eran ahogados entre llantos

-Amor tranquila, estoy aqui... estamos juntos- me decia Edward al oido mientras se arrodillaba atras mio y ponia mi cabeza entre sus piernas

-Ok, Bella ya es hora- anuncio James

-Pero...

-Bella, puja

-Que!!!

-PUJA AHORA!!!!- grito James y mi cuerpo obedecio. Solo fueron necesario tres empujones para que el bebe naciera. y el dolor desapareciera

-Guau!!, el estaba apurado por salir!- decia James entre risas mientras el publico a mi alrededor aplaudia y felicitaba a los enfermeros
Entonces el sonido mas maravilloso que una mujer puede oir se hizo presente. Su llanto, el llanto de mi bebe. Comence a llorar mientras sentia que Edward se movia atras mio sacandose la camisa que tenia sobre la camiseta y se la entregaba a James para que lo envolviera y lo pusiera en mi pecho. Entonces el llanto ceso para dar paso a la mayor satisfaccion del mundo... soy madre... oh dios! soy madre de un hijo de Edward!!

-Que ocurre Bella- Pregunto Edward limpiando mis lagrimas y besaba la cabeza de nuestro hijo

-Te das cuenta que nuestro hijo nacio en una tienda de dulces??- pergunte mientras lloraba y reia a la vez

-Cariño, nuestro hijo nacio en el mismo lugar donde nacio nuestro amor- respondio el besandome

-Hey! chicos- inerrumpio James trayendo consigo la camilla- ya saben como se va a llamar??

Edward y yo nos miramos y sonreimos

-Seth!- respondimos al unisono- se llamara Seth


--------------------


8 años despues


-NIÑOS!!!!- el grito de Carlisle hizo que los niños se pararan de un salto y salieran corriendo y gritando entre risas a esconderse. Carlisle entro y volvio a gritar- LOS VOY A ENCONTRAR!!

-Que ocurre amor?- pregunto Esme saliendo de la cocina seguida de Rene

-Que hicieron ahora?- agrero Rene

-Lo que hacen siempre!!- grito Charlie entrando a la casa todo mojado y con manchones de barro en la caras y brazos- parece que alguien aprendio a usar el reloj de los aspersores!!

las mujeres no pudiern evitar la risa que salio a carcajadas mientras Charlie entraba a su cuarto en la casa de Jacksonvillen refunfuñando contra los niños

-AAAHH encontre a uno!!- grito saliendo del cuarto con Seth colgando de su cuello como corderito muerto de la risa- Sabes que no debes esconderte en el cuarto del abuelo...ahora me diras donde estan los demas

El abuelo regalon tiro al niño al sillon y comenzo a hacerle cosquillas haciendo que Seth se revolcara en el sillon

Las abuelas reian mientras las tres parejs de padres: Alice y Jasper, Rosalie y Emmett y Edward y Bella, entraban a la casa observando aquella tortura

-Ah! que bien!- dijo Charlie en un tono casi malvado- Ahora ustedes podran sacarle el habla

El niño corrio hacia su padre y este lo elevo para tomarlo en brazos

-Que crees Bella?? hablara?- Bella miro a su hijo y luego sonrio

-SIP! el hablara

-------------

-Stephanie, Benjamin!, disculpense con Charlie- exigio Rosalie a sus hijos de 8 y 6 respectivamente- Ahora!

-Lo sentimos abuelito Chralie- dijieron al mismo tiempo mientras agachaban la cabeza y aunque no era su abuelito realmente lo querian como tal

-Bien, es turno de ustedes tres - dijo Jasper a sus gemelas Carla y Daly de 7 y a su pequeño Garret de 5 mientras tomaba en brazos a la bebe de algunos meses llamada Alice igual que su madre.

-Lo sentimos abuelito

-Seth, Demitri, el abuelo esta esperando una disculpa de ustedes tambien- dijo Edward sentandose al lado de una embarazadisima Bella

-Todo fue idea de Seth!!- grito Demitri tratando de defender su honor

-Hey!! no deberias acusarme! soy tu hermamo- respondio Seth, dandole un combo en el brazo

-Demitri, Seth!!!- gruño Edward- Disculpense

-Perdon abuelo!!!

Charlie miro a los niños muy serio y por primera vez los niños creyeron que el abuelo estaba realmente enojado. pero en un instante Charlie sonrio y bufo

-Ok, estan perdonados!!! ahora vayan al auto a buscar los dulces

Los niños gritaron y corrieron a la salida mientras Bella lo miraba incredula

-Agg papa, por eso eres la victima de sus fechorias- regaño Bella meintras sobaba su vientre

-oh! esta bien... dentro de poco creceran y me dejaran en paz.. por que despues de esa- dijo señalado el vientre de Bella- ya no vendran mas verdad??

-Papa!!- replico Bella con molestia

-Ah, cariño no es de malos pero ya nos estamos poniendo viejos- respondio Rene sentandose al lado de su marido

-ok, intentare que sea la ultima...y menos mal es niña, ya no se si soportaria otro varon dentro de la familia- dijo riendose

- Bueno, entonces tendran que esperar unos ocho meses mas para no mas nietos, abuelos- solto de repente Rosalie mirando a Carlisle y Esme

-Porque??- pregunto Emmet un poco inquieto

-Bueno, por que vendra lo que espero ,sea una niña, asi los equipos quedarian empatados

-Estas....???

-Sip, un mes y medio-

Todos largaron a reir mientras una tantos "TE AMO" y otros "TE ADORO" salian de sus bocas


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2 meses despues en NY

-Por fin solos- dijo Edward abrazando a Bella por detras

-Los acostaste??- respndio ella recostando su cabeza en el hombre de su marido

-Sip

-Pero te aseguraste que se quedaron dormidos??- pregunto con un poco de panico

-jaja si Bella

-Agg, que bien!, por que estoy muerta- Ella se giro y lo abrazo por el cuello

-Te amo Edward.- dijo besandolo suavemente

-Y yo a ti Bella- respondio con un beso un poco mas intenso- Sabes podriamos pedirle a mama que vigile a Neny por un rato.

Ella lo miro y sonrio

-Mis padres ya no quieren mas nietos

-MM entonces no- dijo el soltando el abrazo caminando para atras pero ella lo alcanzo y lo volvio a abrazar y besar con pasion

-Te deseo Edward- gruño mientras sus manos se enredaban en los cabellos de el y las mosno de el se enredaban con fuerza en la cirtura de ella

-Y yo a ti Bella... incontrolablemente

Los dos se miraron y volvieron a reir.

-Quieres ir a comprarle dulces a Alice??


FIN



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Sinceramente espero les haya gustado como a mi!!!!

Las quiero!!!!!!!!!

Neny Writter Cullen

Afilianos ^^

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